Cuando hablamos de gestión territorial estamos haciendo alusión a la necesaria integración entre los aspectos biofísicos y los aspectos institucionales orientada a lograr la sostenibilidad en un espacio dado. Se podría decir de otra manera que la gestión territorial implica lograr una apropiada interacción entre los ecosistemas naturales y los sistemas ecológicos humanizados o también podríamos plantear la gestión territorial como la puesta en valor de la energía biofísica y la energía cultural. Bajo esta perspectiva la gestión territorial también puede abordarse desde un encuentro entre oferta y demanda de bienes y servicios para satisfacer las necesidades materiales y espirituales de los ciudadanos con los más altos estándares de calidad en un marco de sostenibilidad.
Un primer elemento a discutir refiere a la delimitación del espacio a gestionar. Diferentes procesos históricos, políticos y socioeconómicos han ido configurando los límites geográficos y políticos-administrativos de nuestras circunscripciones. El tema está que está delimitación no necesariamente toma en cuenta una visión de cuenca (o microcuenca), los corredores económicos, espacios vitales de la fauna, corredores ecológicos, ciclos biogeoquímicos, ciclo hidrológico, rutas o caminos de las semillas, patrones de circulación de los vientos, entre otros factores. Esta realidad de múltiples planos tampoco es necesariamente captada por procesos de zonificación ecológica y económica que se limitan a trabajar desde una perspectiva geográfica-legal que, como vemos, es totalmente incompleta para dar cuenta de todos estos factores. El ordenamiento territorial por definición debe contemplar las múltiples escalas para que pueda ser efectivo.
Desde la perspectiva del cambio climático las configuraciones espaciales y los alcances administrativos de la gestión ambiental territorial tienen un impacto en el balance del carbono en la atmósfera y la cadena de afectación referida a calentamiento global y sus múltiples manifestaciones tales como deshielo de nevados, inundaciones, destrucción de viviendas, aparición o reaparición de enfermedades. También inciden en las actividades agrícolas, cambiando los periodos de floración o fructificación de plantas, los rangos de ocupación actitudinal de los cultivos, la incidencia de plagas y enfermedades de los cultivos, entre otros impactos ampliamente documentados. Esto nos obliga a recuperar una visión sistémica porque lo que se haga o deje de hacer en zonas altas que no forman parte de nuestra circunscripción geográfica también tienen implicancias sobre las zonas bajas.
Visto de esta manera los procesos de deforestación de las zonas altas también tienen implicancias en las partes bajas, o el incremento de emisiones de carbono de las ciudades también terminan afectando los nevados. Tanto zonas altas como zonas bajas se ven afectadas por el incremento de eventos climáticos extremos y la disponibilidad de agua. Sólo que las poblaciones más pobres son a su vez las más vulnerables a los impactos del cambio climático. De ahí la necesidad estratégica de políticas referidas al cambio climático que pongan al centro a las poblaciones más pobres pero no desde una perspectiva asistencialista sino más bien de dotación de poder a dichas poblaciones.
Lo mismo se puede decir de una ciudad que tiene una gestión ambiental efectiva pero que recibe contaminantes procedentes por una ciudad vecina con una mala gestión ambiental producto del patrón de distribución de vientos. Por todo lo anteriormente mencionado la gestión ambiental no puede reducirse únicamente a una visión de distrito.
La otra variable de la gestión territorial refiere a la institucionalidad. La visión sistémica de la gestión de los componentes biofísicos debe trasladarse necesariamente a la gestión institucional y lograr una apropiada integración. Los procesos de descentralización, la transferencia de funciones, la conformación de regiones, la formulación e integración de políticas públicas, los sistemas de participación y vigilancia social deben conjugarse con los procesos de gestión de recursos naturales, manejo de bosques, gestión integral de los recursos hídricos, el desarrollo urbano, entre otros factores, en una perspectiva de fortalecimiento de la gobernabilidad en torno al cambio climático.
En este contexto el abordaje de temas como los biocombustibles o las vías de integración regional tienen que ser analizados objetivamente en función de su real impacto a las emisiones de carbono. En el caso de los biocombustibles es la supremacía de los intereses económicos y políticos el que hace perder de vista los intereses ambientales de contar con fuentes de energía alternativa que reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero y de ahí que generen rechazo en ciertos sectores de la sociedad. Es nuestra visión fragmentada la que ha producido la actual situación y ahora es tiempo de recuperar la visión de conjunto.
Es especialmente relevante el tema de la integración de políticas públicas en el marco de una estrategia nacional de cambio climático. Pero para ello es necesario una voluntad política y participación ciudadana activa para que se vayan superando las fallas institucionales que se traducen en dispersión y contradicciones, generar mecanismos que prevengan o resuelvan los conflictos socioambientales producto del impacto del cambio climático y que se puedan ajustar las herramientas de ordenamiento y zonificación a las nuevas condiciones que imprime la necesidad de mitigación y adaptación al cambio climático.
La adecuada gestión del territorio tomando en cuenta una apropiada gestión de la energía también es un factor de fundamental importancia en la lucha contra el cambio climático. Por ello la necesidad de mejorar las capacidades gerenciales y técnicas. Pero también es importante una democracia auténtica, la participación genuina, el diálogo generativo, la capacidad de escucha y sobre todo, el respeto profundo a toda manifestación de vida.
(*) Ingeniero Forestal. rarcerojas@yahoo.es
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