miércoles, 17 de junio de 2009



Mensaje de Luc Gnacadja, Secretario Ejecutivo de la Convención de las Naciones Unidas de lucha contra la Desertificación con ocasión del Día Mundial de lucha contra la Desertificación


17 de junio de 2009


Este año durante la conmemoración del Día Mundial de lucha contra la Desertificación, quisiera invitarles a volver la vista atrás puesto que hace exactamente 15 años comenzamos el viaje para hacer que la Convención de lucha contra la Desertificación, adoptada en París en 1994, se hiciera realidad.

Pero de hecho, el viaje había comenzado mucho antes con la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo en 1987. La Comisión Brundtland, tal y como comúnmente se conoce, hizo este perspicaz discurso “para cubrir las necesidades de los seres humanos, los recursos naturales de la Tierra se deben conservar y mejorar”. Aquello que era claro como el agua para la Comisión permanece como cierto hoy en día: no conoceremos la seguridad humana hasta que seamos capaces de conservar nuestra tierra y el agua de una forma que permita a la gente de todo el mundo salir de la pobreza con el fin de asegurar la sostenibilidad.

Por esta razón la finalización y adopción de la Convención de lucha contra la Desertificación el 17 de junio de 1994 fue un momento crítico a la hora de lograr esa visión. Desde entonces 193 países se han unido legalmente a dicho compromiso.

Sin embargo, quince años más tarde, estamos lejos de lograr ese admirable propósito. Pienso en un niño pequeño llamado Ousman, nacido en Sudan seis años después del evento histórico en Par ís. Ousman tiene ahora nueve años y vive y estudia en Abu Shouk, campo de refugiados cerca de El Fasher, Norte de Darfur. Como otros niños en las tierras secas no vive en su hogar, el lugar donde nació. Ousman representa la imagen de los millones de personas que ahora viven en las conflictivas tierras secas que se extienden desde la costa atlántica de África a través del Sahel hasta el cuerno de África en el este, después atravesando del mar Rojo hasta Asia Central a través de Yemen, Afganistán y Pakistán. Representa la imagen de los niños que viven en las tierras secas de muchos de los países de África y el Medio Oriente. Ousman es la personificación del creciente número de migraciones, intrépidas formas de escapar de las tierras degradadas en todo el mundo. Diferentes estudios estiman que el cambio medioambiental global podría llevar a emigrar entre 50 y 700 millones de personas para el año 2050.

Estos procesos han traído nuevas formas de inseguridad más allá de sus territorios, al hacer que
personas pobres y desesperadas pueden convertirse fácilmente en portadores de armas. Por ejemplo en Myanmar, el joven Zaw Tun de quince años fue forzado a unirse al ejército porque sus padres no podían conseguir 500$. Al igual que en el caso de la familia de Osman, la de Zaw Tun depende directamente de la tierra y el agua para su supervivencia y bienestar. Sin tierra productible y agua disponible su seguridad alimenticia se encuentra amenazada, su pobreza crece y la emigración se hace inevitable.

Estas historias representan el testimonio de la estrecha relación existente entre la inseguridad humana, la pobreza, la tierra y el agua. Tres de cada cuatro personas pobres en el mundo viven en las zonas rurales en condiciones que no son muy diferentes a las de la familia de Tun en Myanmar. Dependen directamente de sus recursos naturales para ganarse la vida. El suelo, el agua y los bosques son fuentes primarias para su subsistencia y para las actividades comerciales.

Peor aun, los científicos nos advierten que los efectos del cambio clim ático están exacerbando la situación de los habitantes de las tierras secas. Sugieren que las sequías se har án más intensas y largas. Habrá más incidentes derivados de eventos climáticos extremos tales como inundaciones . Las consecuencias son la pérdida de las propias plantas y animales de las que dependen las comunidades rurales para ganarse la vida. Paradójicamente, estas personas que viven en las tierras secas no son responsables del cambio clim ático. Su huella de carbono es la más baja de todo el planeta. Y aunque los factores naturales afectan su tierra y agua, ahora son víctimas de nuestros hábitos de consumo. Claramente, la comunidad internacional se encuentra muy lejos de lograr la visión definida en el informe Brundtland y en la Convención de lucha contra la Desertificación.

Asegurar nuestro futuro común requiere que prestemos una mayor atención a la gestión apropiada de nuestra tierra y agua. Demanda que prestemos atención a las relaciones entre la tierra y el agua y los desafíos globales a los que nos enfrentamos hoy en día, a cuestiones como el cambio clim ático, la inseguridad alimentaria, las migraciones forzadas, la pobreza y los conflictos. Al conmemorar este año el Día Mundial de lucha contra la Desertificación llamamos su atención sobre la tierra y el agua con referencia al lugar en donde comenzamos este viaje, sobre aquello en lo que hemos depositado nuestra esperanza con el fin de que podamos realinear nuestros planes para el futuro.

Hay un famoso proverbio chino que dice que el viaje de mil kilómetros comienza con un paso. En 1987 dimos ese primer paso hacia el desarrollo sostenible; expresamos la firme resolución de conservar nuestra tierra y agua. En 1994 afirmamos ese compromiso al firmar la Convención de las Naciones Unidas de lucha contra la Desertificación. En el año 2000 dimos otro paso de gigante al decidir hacer que la pobreza sea historia para el 2015.

En los próximos diez años, en la Convención de las Naciones Unidas de lucha contra la Desertificación hemos adquirido el compromiso de promover la gestión sostenible de la tierra con el fin de lograr este objetivo. La conservación de la tierra y el agua se encuentran en el corazón de nuestra agenda elaborada en el marco y plan estratégico decenal para mejorar la aplicación de la Convención (2008-2018) que fue adoptado por todas las Partes de la Convención en Madrid, España en 2007.

En este sentido, la próxima Conferencia de las Partes que se celebrará en Buenos Aires, Argentina, del 21 de septiembre al 2 de octubre de 2009 actuar á sobre la forma de movilizar recursos mediante alianzas con vistas a afrontar las cuestiones de desertificación, degradación de la tierra y sequía mediante la mejora de las condiciones de vida de las poblaciones afectadas y las condiciones de los ecosistemas afectados con el fin de generar beneficios para todos y movilizar suficientes recursos para la Convención.

Invito a todos aquellos que quieran a viajar con nosotros para encontrar soluciones duraderas para los 1,200 millones de personas cuyas vidas se encuentran en peligro en las tierras secas, cuya inseguridad provoca desafíos globales que amenazan nuestra propia seguridad. Más que otra cosa, nuestro futuro esta unido a la tierra y el agua. Por consiguiente su destrucción es nuestra destrucción. El deterioro de su productividad representa una disminución de nuestra seguridad colectiva. Juntos podemos marcar una diferencia. Les deseo una feliz celebración en el momento en el que nuestro viaje entra en el próximo kilómetro con la esperanza y determinación para asegurar el futuro común.

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