jueves, 3 de septiembre de 2009

Lenguaje y sustentabilidad

Por: Rodrigo Arce Rojas (*)


E
s interesante conocer que el lenguaje no sólo describa la historia sino que también moldea nuestro presente y nuestro futuro. El lenguaje como uno de los canales de la cultura nos da a conocer los paradigmas con las cuales nos acercamos a interpretar la realidad y la forma cómo interactuamos con ella.

Venimos trabajando ya bastante tiempo en nombre de la sustentabilidad y todavía la vemos lejana y tal vez esquiva. Habría que preguntarse qué factores están influyendo sobre esta situación desde la perspectiva del análisis del lenguaje.

Decimos por ejemplo que las personas constituyen el elemento más importante en nuestras organizaciones pero todavía lo seguimos llamando “recursos humanos”. El aporte de los pobres en las obras sólo se reduce a la “mano de obra” cómo si no interesara como persona completa o como ciudadano con voz, pensamiento y sentimientos.

Hablamos de recursos naturales desde una perspectiva estrictamente económica pues todo aquello que no tiene valor de transacción no se considera un recurso. Dividimos la naturaleza entonces en recursos y no recursos. Los no recursos no interesan o ya interesarán cuando se conviertan en recursos.

Todavía se encuentra en discursos y textos la expresión de explotación sostenible o racional. La explotación alude al uso que puede llegar al agotamiento y por eso es más aplicable al caso de extracción de recursos naturales no renovables.

El manejo de recursos alude a la pretensión del conocimiento de los procesos ecológicos en curso y la posibilidad de dominarlos en beneficio humano.

Hablamos de externalizar los impactos negativos de nuestra actividad empresarial pero no todos los aspectos son internalizables. Hay cosas y aspectos de la vida que sencillamente son invaluables y menos internalizables. Además cuando se produce la internalización se verifica más una transición por que el que paga finalmente el costo no es la empresa sino el cliente que paga el bien o servicio.

A la discriminación la llamamos reservarse el derecho a la admisión. Buena presencia alude a características raciales definidas.

Al hecho de consumir comida chatarra la llamamos superación.

A la información la llamamos consulta. A la asistencia la llamamos participación.

A todo aquel que se atreve a cuestionar las ideas del status quo lo llamamos conflictivo. Al hecho de no cuestionar las ideas del jefe así estén reñidas con principios éticos básicos lo llamamos lealtad institucional. Al hecho de no introducir ideas que sacudan corrientes dominantes de pensamiento lo llamamos “políticamente correcto”.

Al afán de mantener la incoherencia normativa evidente la llamamos respetar el estado de derecho.

A la relajación de principios la llamamos pragmatismo y al hecho de conseguir logros, independientemente de los medios usados lo llamamos eficiencia.

Es indudable que las palabras no son como las matemáticas con límites totalmente definidos. Pero también es cierto que con eufemismos no ayudamos al cerebro, y por tanto a nuestro cuerpo entero, a trabajar sostenidamente a favor de la sustentabilidad. Con verdades falsas o medias verdades no ayudamos a que el poder de la visualización contribuya a desplegar las energías corporales, mentales y espirituales necesarias para ser más efectivos en el cumplimiento de nuestros objetivos personales, familiares, laborales, comunales, regionales, nacionales y globales.

La efectividad de la gestión orientada a la sustentabilidad pasa por las dimensiones personales, institucionales, corporativas, de consorcios y de bloques. Una mayor coherencia entre el lenguaje y la acción es una condición necesaria. De ello se deriva que a veces hay que trabajar con un enfoque contracultural justamente para favorecer una cultura que produzca pensamientos y acciones altamente sintonizadas con el logro de la sustentabilidad.

(*) Ingeniero Forestal. rarcerojas@yahoo.es

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