¿HAMBRE CERO EN LA SELVA?
Por: José Álvarez Alonso (*)
Todos los políticos en campaña ofrecen combatir la desnutrición infantil en la selva, una lacra vergonzosa que afecta al 40-50% de los niños en zonas rurales (en algunas comunidades indígenas hasta el 60-70%) y frustra sus esperanzas de superación y desarrollo. Suena muy bien y atrae votos la promesa, sobre todo si la promesa se hace con un inocente niño en brazos del candidato. Todos los gobiernos han intentado acabar con esa lacra, sin mucho éxito hasta el momento
¿Qué ha hecho los últimos gobiernos? Lo más lógico desde un punto de vista urbano: donar leche a las comunidades, porque el programa del Vaso de Leche iniciado por el recordado Tío Frejolito, Alfonso Barrantes, ha funcionado bastante bien en Lima. Hay una foto para reflexionar sobre la impertinencia de continuar con esa política asistencialista: un perro comiendo leche donada por el PRONAA (Programa Nacional de Asistencia Alimentaria) a una comunidad indígena.
Dicen los que conocen la zona que los indígenas usan la leche para alimentar no sólo a sus perros, sino a sus gallinas y chanchos, e incluso para marcar las líneas del campo de fútbol. Un ignorante de la realidad amazónica los calificaría inmediatamente de ignorantes, valga la redundancia. Pero no lo son: los indígenas afirman que la leche les da vómito y diarrea a los niños. ¿Mienten, o es una cuestión solamente de hábitos? No. Resulta que la mayoría de los indígenas son intolerantes a la lactosa a partir de los tres o cuatro años. ¿Sabe eso la bienintencionada gente que dona la leche, sea del Gobierno o de organizaciones privadas? Sospecho que no, y sospecho que tampoco se han preocupado mucho por averiguar si sus promocionados programas sociales están teniendo el impacto que afirman.
Segunda opción, dirían algunos regionalistas: en vez de la foránea y pituca leche les donamos a los indígenas víveres “regionales” que sí pueden digerir y son más acordes con sus costumbres y cultura. ¿Es positivo eso? Sí y no, pues lo negativo es quizás peor que lo positivo, porque si bien esta práctica puede tener un impacto –limitado- en combatir a corto plazo la desnutrición infantil, no es sostenible y, peor aún, puede convertir a los indígenas en mendigos.
¿Qué hacer, entonces? No se puede explicar mucho en las líneas de una columna, pero esbozaré algunas ideas, a riesgo de ser mal calificado: primero, debemos saber dónde está la raíz de la desnutrición infantil: en la falta de proteína y en la parasitosis. La segunda es relativamente fácil de combatir con educación y asistencia sanitaria. La primera no tanto, por lo dicho antes y porque sus fuentes tradicionales de proteína -pescado y carne de monte- son cada vez más escasos en la selva por la sobre explotación y la falta de manejo.
¿Impulsar la cría de animales menores, el cultivo de peces? Eso suena mucho mejor, y lo están haciendo el IIAP, el FONCODES y otras instituciones, y algunas ONG, aunque lamento informarles que con éxito limitado, especialmente en comunidades indígenas, donde no tienen esa cultura “productiva”, y donde han fracasado muchos de los proyectos en esta línea –con las honrosas excepciones de comunidades Awajún y Ashaninka de ceja de selva, donde sí están prendiendo bien los proyectos acuícolas. El fracaso es predecible especialmente cuando algunos ignaros promueven proyectos productivos comunitarios, ignorando que el modo tradicional de producción en comunidades amazónicas es familiar y no comunitario (ese mito ha hecho más daño en la selva que las inundaciones, y hasta ahora siguen algunos proyectos impulsando la mamarrachada).
Un ejemplo de cómo se puede desperdiciar recursos por ignorancia: según escuché hace unos días a un experto, en los últimos años sólo el Fondo Ítalo-Peruano invirtió casi 15 millones de soles en promover entre otras cosas la crianza de ganado en el distrito de Balsapuerto, supuestamente para combatir la desnutrición. Resultado: ahora es uno de los distritos más pobres del Perú, y ha visto agravada su pobreza por este proyecto (y otros similares anteriores) que ayudó a destruir los bosques, a colmatar y dejar sin agua el río Paranapura, y por tanto, a incrementar la desnutrición, porque el pueblo Shawi no toma leche y no come carne de vaca...
Manejo de ambientes naturales
Los indígenas amazónicos estuvieron mucho mejor alimentados en el pasado que ahora, porque tuvieron a disposición abundancia de recursos de fauna silvestre y, especialmente, pescado. ¿Es posible recuperar estos recursos de nuevo? Por supuesto que sí. Comunidades organizadas lo han hecho en algunos lugares conocidos: las comunidades del Área de Conservación Regional Comunal Tamshiyacu - Tahuayo han recibido reconocimiento nacional e internacional por su modelo de manejo sostenible de fauna terrestre, y también tienen logros importantes en recuperación de los peces en sus cochas; otras comunidades están siguiendo su camino en las quebradas Yanayacu, en el área de amortiguamiento de la mencionada ACR, y en el alto Nanay; el reconocido grupo de manejo de los Yacutaita también lo ha logrado en la Cocha el Dorado, y de modo similar algunas otras comunidades en la R. N. Pacaya – Samiria. El pescado, en particular, se recupera de forma relativamente rápida con medidas simples de manejo, y puede contribuir a mejorar significativamente la nutrición, porque es la fuente principal de proteína de las comunidades.
Si el manejo comunal de recursos es una alternativa para mejorar la nutrición infantil, lo más lógico es que el Estado invierta fuertemente en ello ¿no? Pues no: salvo lo que hace el SERNANP en las áreas protegidas de nivel nacional, y el PROCREL en las áreas de conservación regional, el Estado no invierte prácticamente nada en ayudar a las comunidades de la selva a mejorar la gestión de sus recursos pesqueros y de fauna silvestre, a pesar de ser mucho más eficiente en términos de costo/beneficio. Sólo en Loreto, en los últimos 30 años se ha invertido decenas de millones en promover la acuicultura, lo que está muy bien, pero no se ha invertido casi nada en manejo. Los resultados de esta política son bastante magros: el pescado de piscigranjas no llega a las 500 toneladas anuales, mientras que la producción de cochas, ríos y quebradas alcanza más de 50,000 toneladas (y ha descendido a la mitad en los últimos 20 años, justamente por falta de manejo).
Invertir en manejar mejor el recurso pesquero y la fauna silvestre sería la mejor inversión para mejorar la nutrición infantil; el impacto quizás no sea tan visible y “fotografiable” como el de una piscigranja o una posta médica, pero es más barato, más sostenible y más pertinente en términos sociales y culturales. Definitivamente, desde las oficinas citadinas se ven las cosas de otra manera…
(*) Biólogo, Investigador del IIAP.
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