Escribe: José Álvarez Alonso(*)
Mi amigo Ayapullito dirigía la marcha a través del
bosque, cortando de cuando en cuando con su machete alguna ramita que
obstaculizaba el paso, o simplemente por el hábito de marcar el camino para la
vuelta. Llevábamos ya varias horas caminando desde la orilla del río, cuando
comencé a notar un cambio en la vegetación. “Ya estamos cerca del varillal”,
me dijo. El bosque se hizo como más ralo: árboles más espaciados, la vegetación
del sotobosque más escasa y diferente. El suelo estaba cubierto de una capa tan
espesa de hojas muertas y raíces de los árboles, que parecía un mullido colchón
de los antiguos de lana, algo muy extraño en la selva amazónica, donde las
hojas y ramas se pudren rápidamente, y la capa de humus es muy delgada.
Gradualmente la vegetación se hizo más y más
delgada y baja, hasta un punto en el que el majestuoso bosque amazónico se
transformó en un bosquecillo, con árboles y arbustos raquíticos, en algunos
lugares de apenas dos o tres metros de altura, y con formas extrañas para mí.
En contraste con el perenne bullicio de aves, ranas e insectos de la selva, el
silencio dominaba aquí, lo que unido a las extrañas formas de los árboles le
daban un aire sobrecogedor. El suelo estaba dominado totalmente por bromelias,
algunas con bellas flores rojas, y aráceas de amplias hojas.
De repente se escuchó el canto de un ave que no
había escuchado jamás, como un lamento. Miré para Ayapuyito, quien me dijo: “Ese
es el pajarito ‘no hay, no hay’, y habla así porque en este bosque no hay
naaaada de mitayo, no hay más que chicharras y algunos parajitos...”
Efectivamente, el nombre resultaba de lo más onomatopéyico, pues el canto era
una especie de letanía: oe oe oe oe…
“A veces ni agua encuentras en el varillal, has
de tener cuidado no perderte. Yo hace años casi muero de sed en medio de un
varillal, un día que me perdí. Por eso ahora siempre que camino voy quebrando,
quebrando (ramitas). Para hallar agua, sigue el canto del huishhuinsho, nunca
falla: cerca de donde canta siempre hallarás agua”, recuerdo que me enseñaba
mi amigo Ayapullito.
Caminamos unos metros en dirección al extraño
sonido y busqué con mis binoculares al protagonista: era un ave pequeña, de
pecho amarillo, que nunca antes había visto. Luego comprobé que se trataba de
una especie nunca registrada en Perú, el Saltarín-Tirano de Cresta Azafrán (Neopelma
chrycocephalum), un miembro de la familia de los manakines, famosos por las
elaboradas danzas que ejecutan para seducir a las hembras.
La escena ocurrió hará unos 20 años. Fue la primera
vez que yo visité un varillal, o bosque sobre arena blanca. Por casualidad
había sobrevolado en avioneta la zona unas semanas antes, y había observado
unas extrañas formaciones vegetales en el interfluvio entre los ríos Nanay y
Tigre, cerca de la confluencia de este último con el Corrientes. Parecía que el
bosque estuviese como enfermo en algunas zonas, con árboles de hojas pálidas y
cada vez más ralos y raquíticos hacia el centro de cada mancha. Por eso le pedí
a Ayapullito que me llevase hasta ese lugar.
En los días siguientes me dediqué a observar y
grabar las aves del varillal, y a instalar con ayuda de Ayapullito algunas
redes de neblina para aves chicas, y un tipo de trampa indígena, llamada ‘tuklla’,
muy efectiva para capturar vivas perdices y otras aves terrestres. Justo había
escuchado en el varillal el melancólico y raro canto de un tinamú que nunca
había escuchado antes. En los días subsiguientes descubrí varias especies más
nunca antes vistas en Perú, incluyendo el Buco Pardo Bandeado (Notharchus
ordii) y una nueva especie de atrapamoscas Cnemotriccuscf. duidae,
en descripción en estos momentos. También capturé dos especies de tinamús
nuevas para el Perú: la Perdiz de Pata gris, Crypturellus duidae, y a
Perdiz Barrada, Crypturellus Casiquiare,conocidas de la remota región de
los tepuis entre Venezuela y Brasil, a más de mil km de distancia.
Más tarde, observando en imágenes satelitales del
IIAP las formaciones vegetales, pude comprobar que los varillales se
distribuyen en la Amazonía occidental al estilo de islas, o más bien
archipiélagos, en un mar de bosques mixtos sobre suelos arcillosos, lo que ha
favorecido la evolución de una comunidad de aves desconocida hasta ese momento
para la ciencia. De los estudios realizados por investigadores de la Universidad
de Turku, Finlandia, aprendí que aparecen en zonas ligeramente levantadas sobre
la inmensa llanura amazónica, especialmente en el llamado “Arco de Iquitos”,
que corre desde el alto Nanay hasta el alto Tapiche.
Los varillales son una mina para los científicos,
por la gran cantidad de especies de plantas y animales únicos que albergan. En
los últimos años han sido descritas muchas especies nuevas para la ciencia y
para el Perú, no sólo de aves, sino de plantas y hasta de peces (en las
quebradas que drenan de los varillales). Una especie de copal descrita en el
2011, Protium alvarezianum, fue nominada así en reconocimiento al
trabajo científico y de conservación en torno a estos frágiles hábitats.
Hoy la mayor parte de los varillales del Arco de
Iquitos están protegidos, entre la Reserva Nacional Allpahuayo-Mishana, el Área
de Conservación Regional Alto Nanay-Pintuyacu-Chambira, la Reserva Nacional de
Pucacuro, y la Reserva Nacional Matsés.
La fiebre alucinada que acabo de soportar provocada
por la Malaria falcíparum me ha hecho recordar mucho en estos días a mi gran
amigo Ayapullito, don César Ceballos, promotor de salud de la comunidad de
Sargento Lores en el río Tigre, con quien tantas aventuras pasé. La última vez
que lo vi, hará una década, estaba en una lancha, volando con la fiebre de la
falcíparum mal curada, camino de su querido pueblo a la orilla del Tigre. Supe
que falleció poco después. No dudo que hoy su espíritu libre vaga feliz por
esos montes donde tanto caminó, jugando a las escondidas con la madre del
varillal, el pajarito“No hay, no hay.”
(*) Biólogo, Blog:pepealvarez.com; pepealvarez.lamula.pe
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