Escribe: José Álvarez Alonso (*)
Se trata de dos de las palmeras menos famosas de la
Amazonía peruana. La mayoría de los habitantes urbanos probablemente no han
oído ni siquiera hablar de ellas. Sin embargo, la shapaja, junto con su primo
hermano el shebón, están entre las palmeras más comunes y con mayor potencial
de nuestra región. En Loreto hay varias especies con ese nombre, todas del
género Attalea, que reciben distintos nombres según la cuenca: shapaja, shebón,
sheboncillo…
Usualmente la gente utiliza solamente sus hojas
para techar casas, y el fruto se lo deja al huayhuasi y al cono-cono. Cuando
hacen chacra las tumban sin piedad. Aunque algunas se salvan (pueden verse
algunas sobrevivientes en la carretera Iquitos-Nauta en medio de algunos
pastos). Sin embargo, el real valor de esta especie está en sus frutos, como ha
podido determinar un reciente estudio del IIAP.
Un reciente estudio impulsado
por el IIAP, la UNAP, el IRD y el FINCyT (“Potencial nutracéutico, caracterización
química y genética de palmeras promisorias del complejo Attalea: Attalea moorei
(Shapaja), Attalea sp. (Shebón) y Attalea salazarii (Sheboncillo)”)demostró
el gran potencial, hoy por hoy no aprovechado, de las poblaciones silvestres de
estas palmeras. Este
estudio concluyó que las almendras de las tres especies son muy ricas en grasas
saludables (monosaturadas), en alfa y beta carotenos (vitamina A), tocofenoles
(vitamina E), con cualidades antioxidantes, y en minerales como cinc, calcio y
magnesio; también presentan todos los aminoácidos esenciales, entre otros
compuestos con cualidades nutracéuticas, por lo que son de alta calidad
nutricional y sirven también para la industria de los cosméticos. En el aceite
también se encuentra una buena cantidad de esteroles, compuestos usados para
formar hormonas, especialmente útiles para las señoras en la menopausia, y de
comprobada eficacia anticancerígena.
Los expertos del IIAP calculan que sólo en Loreto
hay no menos de dos millones de hectáreas de shebonales, principalmente en
zonas estacionalmente inundables, y más de una decena de millones de hectáreas
de shapajales en suelos de altura de mediana fertilidad. Según sus cálculos, de
una hectárea de bosque natural se puede cosechar como mínimo una tonelada de
aceite al año, sin dañar las palmeras.
Brasil nos lleva la delantera en 15 o 20 años en
desarrollo de productos amazónicos para el mercado, tanto interno como externo.
Y no sólo son el guaraná, la acerola, el assaí o el cashú, que han invadido los
mercados mundiales. También un pariente de nuestras humildes palmeras shapaja y
shebón, el babassú (Attalea speciosa, antes Orbignya
phalerata/speciosa), es base de una gran industria en los estados de
Maranhão y Piauí, en Brasil. Allí no sólo utilizan las hojas para techar o
tejer esteras: del fruto extraen un aceite comestible de alta calidad que
también es usado para elaboración de cosméticos (aceites y cremas para el
cuerpo y para el cabello, jabones, etc.), así como para la fabricación de
bebidas, margarinas y harinas utilizadas como suplemento nutritivo; la pasta
resultante del prensado, que contiene hasta 27% de proteína, es un excelente
alimento para animales. Últimamente se está experimentando su uso en biodiesel.
Se dice que el aceite compite ventajosamente con el tan comercial aceite de
coco. Una sola palmera puede llegar a producir una tonelada de frutos al año
(cuatro racimos, con unos 200-600 frutos), unos 100 kg de los cuales son
semillas.
Nada se desperdicia: de la dura cáscara del fruto
se elabora un carbón de excelente calidad para parrillas. El valor del aceite de babassú de Brasil es cinco
veces superior al valor del café producido en este mismo país. Cabe resaltar
que el babassú no es propiamente cultivado, se trata de bosques naturales manejados:
se calcula que los bosques de babassú ocupan 18 millones de hectáreas en
Brasil, una parte de ellas usadas como pastizales, donde se conservan esas
palmeras para cosechar los frutos. Más de 400 mil personas, la mayoría mujeres
(las famosas “rompedoras de coco”), se dedican a la extracción aceite del fruto
y otros productos del babassú, incluyendo la elaboración de artesanías. El
babassú representa el 20% de la producción forestal no maderable de este país.
Es indudable el gran potencial para el mercado (¡y
para seguridad alimentaria de las poblaciones amazónicas!) que tienen los
aceites de nuestras palmeras shapaja y shebón, viendo el caso de la palmera
babassú en Brasil, especialmente si consideramos que son más ricas en aceites
saludables y tienen menor contenido de aceites saturados (no tan saludables)
que la palma aceitera.
Surge la siguiente cuestión: estas palmeras abundan
en los bosques de la selva baja de Loreto, Ucayali y Madre de Dios, y en buena
parte de la selva alta. La desnutrición crónica es una de las mayores lacras de
la Amazonía peruana, que afecta el crecimiento físico y mental de casi la mitad
de los niños en zonas rurales. ¿Por qué no se impulsa el aprovechamiento de los
frutos altamente nutritivos de estas y otras palmeras abundantes en nuestros
bosques, y en cambio se impulsa programas asistencialistas con alimentos
foráneos, incluyendo algunos que no asimilan bien los amazónicos, como la
leche?
(*) Biólogo.
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