viernes, 25 de marzo de 2011

DE SEQUÍAS E INUNDACIONES


Por: José Álvarez Alonso (*)

“Los sabios antiguos predecían las crecientes por el florecimiento de los arboles, los saltos del ‘saltón’, la huida de los insectos en busca de la altura, la puesta de huevos del churo a la altura donde llega el agua, el canto seguido del yacupato de mañanita y por la tarde, la construcción de su nido a la altura donde llagará el agua; estos indicios ayudaban a los pobladores a que se preparasen o previniesen”, me escribe desde Pucallpa Richard Soria, un reconocido profesional y dirigente shipibo. Este año parece que los sabios no supieron interpretar las señales, porque la descomunal creciente que asola en estos días el Ucayali los cogió bastante desprevenidos.

Richard me explicaba hace unos días en Pucallpa que su pueblo no sabe cómo interpretar lo está sucediendo: el año 2010 el Ucayali sufrió la peor sequía de que tenían memoria, y este año la creciente más grande que recuerdan los viejos más viejos. La gente se pregunta si se ha vuelto loca la naturaleza. “Esto ya no es cambio climático, es agresión climática”, comentó un sabio shipibo cuando le preguntaron si creía que las sequías e inundaciones extremas tenían algo que ver con el fenómeno mundial.

Según los shibipos más antiguos, no se veía una creciente similar desde hacía unos 25 años. Más de 80 comunidades indígenas en la región Ucayali se encuentran bajo las aguas. Muchas han sido abandonadas porque el agua llega a los techos; algunos moradores han llegado a dormir en su canoa porque no quedaba espacio bajo el techo para subir más el tabladillo. Todas las familias de la comunidad de Richard (Panaillo, entre la boca del Callería y del Aguaytía) a excepción de dos ancianas, ha salido en busca de tierra firme hacia Pucallpa y Yarinacocha, adonde los refugiados se cuentan por miles, lo mismo que en Contamana, en Loreto. “Lo más penoso es que los animales mueren de hambre, y aún más los perros, nadie se preocupa de su cuidado; sólo tienen que esperar la muerte”, me escribe Richard.

El impacto de las inundaciones se notará a mediano plazo: “Ahora hay abundancia de carne de monte porque los pobres animales se han refugiado en unas cuantas restingas, la gente se harta de carne de carachupa, añuje, huangana, pero luego ¿qué?”, afirma Richard. “Los próximos años pasarán más hambre porque no habrá carne de monte.”

En años de crecientes grandes las poblaciones de peces se recuperaban porque tenían condiciones extraordinarias para la reproducción y engorde en las tahuampas inundadas, y porque salían a desovar peces refugiados en cochas internas. Sin embargo, cada vez quedan menos cochas “internas” con poblaciones sanas de peces, y este año la creciente llegó muy tarde: en noviembre y diciembre pasados, la temporada habitual de reproducción de la mayoría de los peces de escama que mijanean, las aguas estaban muy bajas y los peces o no desovaron, o no encontraron condiciones adecuadas para que eclosionasen sus huevos y se alimentasen sus alevinos. Además, debido a la sobrepesca y al abuso de tóxicos, explosivos y redes menuderas, las poblaciones de peces adultos están muy disminuidas.

El castigo de la Naturaleza
“La Naturaleza no castiga”, contestaba hace unos días una conductora de TV al comentario de su colega presentador sobre las inundaciones y huaycos en sierra y selva; “el hombre es el que por su irresponsabilidad y falta de previsión ocupa áreas de riesgo”. Sí y no: es cierto que cuando alguien construye su casa en el cauce de un río seco, tarde o temprano la va a ver destruida por una riada, y no es que la Naturaleza tome venganza. Sin embargo, personalmente creo que también la Naturaleza castiga, se resarce del maltrato del ser humano. Las inundaciones extraordinarias que en estas semanas están castigando a las cuencas del Ucayali y del Pastaza no se deben solamente a las lluvias torrenciales: los casi 10 millones de hectáreas deforestadas y degradadas en la selva alta del Perú acentúan la acción destructiva del agua; también el cambio climático, a decir de los expertos, tiene su parte de culpa en algunos de los fenómenos climáticos extremos de los últimos años.

Si las vertientes orientales de los Andes estuviesen cubiertas de bosques se producirían muchos menos huaycos, y se mitigarían tanto las sequías extremas como las inundaciones catastróficas. El bosque no sólo protege el suelo de la erosión y fija el suelo: actúa como una esponja que almacena parte del agua de la lluvia y ayuda a que ésta se filtre en la tierra hacia los acuíferos. Los campesinos de selva alta conocen muy bien los efectos de la deforestación en las microcuencas donde habitan: “Cuando yo era niño, el río Shilcayo, el Cumbaza y otros ríos de San Martín eran ríos de verdad, no se secaban nunca, siempre tenían buen caudal de agua y nos bañábamos en ellos. Ahora paran casi secos la mayor parte del año, se cruzan a pie. Se cargan de agua cuando llueve, pero a las pocas horas están otra vez secos; y cuando viene una lluvia fuerte se convierten en un torrente que destruye todo a su paso”, me decía mi amigo Henry Gonzales, biólogo de San Martín.

El hombre irracional
El sabio Richard Soria también tiene su explicación para el aparente castigo de la Naturaleza: “Tanto la creciente grande como la sequía son consecuencia la depredación de los bosques, la pesca irracional, la entrada de los petroleros y maderos con sus máquinas pesadas, que hacen que los seres protectores del bosque huyan del lugar; es el caso de la anaconda, que cada vez más se adentra bajo el suelo. La matanza del lagarto y las boas de diferentes colores hace que el agua se vaya debilitando día a día; al no existir muchos árboles con sus grandes raíces se debilita la tierra día a día, y por eso se producen las erosiones, consecuencia del hombre irracional o metálico.”

La creciente ciertamente ha traído destrucción y sufrimiento sin cuento a muchas comunidades ribereñas, las que merecen nuestra solidaridad y apoyo. Pero también debemos saber que inundaciones se produjeron siempre en la Amazonía, y el hombre amazónico se había adaptado a ellas de forma admirable, con viviendas apropiadas y con técnicas apropiadas de preservación y almacenamiento de alimentos. Es conocido el modo en que conservaban la yuca fresca por meses, enterrándola para que fuese cubierta por el agua, y conservaban por meses cantidades de fariña en paneros revestidos de hoja; conservaban el frijol y el chiclayo en tinajas de barro, el maíz en panojas encima de la tuchpa para que no se apolillase, el maní en costales con su cáscara… También hacían “michira” con la carne frita de vacamarina y “loboisma”, con pescado menudo cocinado con sal hasta que se deshacía en una pasta parecida al paté. Hoy gran parte de esos conocimientos tradicionales se han perdido, y la gente sólo espera las donaciones del gobierno.

Sabemos que las inundaciones se producen cada pocos años, y cada vez es probable que se produzcan inundaciones catastróficas como las de este año, debido a la deforestación en cabeceras y al cambio climático. ¿Por qué el Estado no capacita a la gente para prepararse para ello, en vez de tratar de paliar el daño llevándoles donativos, siempre insuficientes, de alimentos y medicinas? La gente, al menos, no pasaría hambre si supiesen producir y almacenar sus alimentos como hacían los antiguos, y no le faltaría pescado si les enseñasen a manejar sus pesquerías y a defender sus bosques y sus cochas de los depredadores (los hombres irracionales y metálicos, a decir de Richard Soria…)

(*) biólogo, Investigador del IIAP. (Articulo publicado en el Diario La Región)

No hay comentarios: