viernes, 8 de abril de 2011


DE PROFESIÓN POLÍTICO


Por: José Álvarez Alonso (*)


Es lugar común en el Perú criticar a los políticos, dadas las cumbres o profundidades de envilecimiento a que han llegado muchos de ellos en los últimos años; especialmente ha sido notoria la decadencia en el Congreso (Congrezoo y su fauna), pero también abunda esa subespecie en muchos otros sectores de la sociedad. Porque ¿cómo se puede calificar a esos camaleones que cambian de color con el gobierno de turno, y consiguen subirse al carro del poder –esto es, ocupar un puestito bien rentado o cualquier posición donde se puede obtener prebendas- un régimen sí, y otro también?  Ya sabemos la oración del político: “Señor, no quiero que me des, sólo ponme donde hay”. Habría que completarla con la recientemente acuñada jaculatoria de uno de nuestros más eximios habitantes del Olimpo político peruano: “La plata viene sola”. Y no olvidemos el ya proverbial juramento, explícito o implícito: “Por Dios y por la plata”; lo cual, dicho sea de paso, es una tautología, porque para muchos de esos ínfimos la plata es su dios.

Es tal el desprestigio de la profesión que cada vez menos gente cabal, decente, con sangre en la cara, se mete a la política. Dicen los pocos que han conseguido salir airosos de los procelosos mares de la política (invictos en el sentido de inmaculados en cuestión de trafas, coimisiones, componendas, tráfico de influencias, lobbies y demás mandangas) que ese submundo es casi inhabitable para los morales. Está diseñado de tal modo que los decentes son vilipendiados, marginados, excluidos, castigados por no entrar a ser parte de la marmaja, lo cual resulta insoportable para los que conviven con ella; incluso para acceder a un cargo político la competencia es tan desleal, que con frecuencia sólo el que miente, juega sucio, denigra al contrincante, ofrece bajar la Luna y las estrellas, y engaña descaradamente al pueblo con promesas incumplibles, consigue los votos necesarios para salir elegido.

Pero hay que reconocer que en el submundo de la política hay aprendices, maestros, consagrados y auténticos virtuosos. Algunos han llegado a rizar el rizo del cinismo de tal modo que ya el ciudadano de a pie ha perdido la capacidad de asombrarse con sus bellaquerías y, lo que es peor, la capacidad de enojarse y de reaccionar. Y con eso cuenta la creciente grey politicoide para continuar impunes en el ejercicio de saciar su siempre insaciable sed de poder y dinero.

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, debo aclarar, porque sabemos que el poder omnímodo que hoy se ejerce gracias al control “voluntario” de la prensa (autocensura, lo llaman) y al uso de las instituciones del Estado como medios de control, seducción e intimidación (léase SUNAT, Fiscalía, Policía, Poder Judicial, avisaje estatal, etc. etc.), nadie que se atreva a desafiar siquiera con una tímida crítica al poder está a salvo de posibles represalias. Por eso me limito aquí a citar, para concluir mi breve glosa, una infantil poesía que Sebastián, mi lector hijo de diez años, me mostró para que le ayudase a interpretar el velado mensaje tras los versos. La poesía está tomada del libro infantil “Charlie y el gran ascensor de cristal”, de Roald Dahl, el autor de la novela que inspiró la famosa película “Charly y la fábrica de chocolate”)

La canción de la niñera
El hombre del que voy a hablar,
el gran hombre del año,
no fue una vez más que un bebé
de muy poco tamaño

Como era su nodriza
yo le ponía a dormir
y le cambiaba los pañales
cuando se había hecho pipí (…)

Pronto pude darme cuenta
de que algo había que hacer,
porque a los veinte años
aún no sabía leer.

Sus pobres padres no podían
ocultar su dolor.
¡El chico ni siquiera servía
como repartidor!

“¡Ajá!”, me dije, “¡Ese zopenco
podría ser político!”
Y así solucioné el problema
en el momento crítico

“De acuerdo”, dije, “estudiaremos
el don de la política.
Te enseñaré a tergiversar
y a no encajar las críticas”.

“A hacer un discurso por día
en la televisión,
sin que la gente sepa nunca
cuál es tu intención”.

Y aunque nunca es muy tarde
para quien se arrepiente,
ahora lo estoy, ¡pues el tunante
llegó a ser presidente!

(*) Biólogo, Investigador del IIAP.

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