lunes, 2 de mayo de 2011

CABALLOCOCHA EN SU LABERINTO


Por: José Álvarez Alonso (*)

Jóvenes bien vestidos manejando motos último modelo, adolescentes hablando por celular por todas partes, tiendas repletas de artefactos eléctricos, ropa y diversos artículos importados, un camión vendiendo modernos colchones de resorte en el puerto, gente tomando cerveza a horas indecibles en los numerosos bares y chinganas, discotecas y heladerías por aquí y por allá… Un niño juega con un skateboard, un modelo luminoso y ultramoderno que no he visto ni en Lima. Escucho a otro que le increpa a su amigo: “Oe, Sicario”… No es la imagen típica de una pequeña capital provincial de la selva baja peruana; pero Caballococha es un lugar muy especial, al menos en estos tiempos.

Caballococha no se parece mucho al pequeño pueblo rural que vi hace apenas cinco años, cuando la visité por última vez. Me alojé ahora en un hotel nuevo, en plena plaza, de cuatro pisos y fachada cubierta de vistosas mayólicas. Cuartos amplios, con cama king size, televisión de plasma… Nada que ver con el hotelito maloliente en el que tuve que alojarme un lustro atrás. Pero la evidente prosperidad económica no es producto del favor de los dioses amazónicos, sino de un cultivo ilícito de cuyo nombre no quiero acordarme. Aparte de la evidente y llamativa abundancia de dinero, que contrasta con la pobreza que domina otras zonas de frontera amazónica, se observan en las calles de Caballococha otros indicios de la ilícita bonanza, como varias tiendas de agroquímicos. “¿Para qué crees que usan esos fertilizantes foliares, esos caros pesticidas, acaso para la yuca o el plátano? Nadie vende aquí yuca o plátano, el precio está por los suelos,” me comenta un profesor.

La bonanza económica está atrayendo a gentes de todos lados, y se observa en la variopinta procesión de personajes, tanto en Caballococha como en las lanchas y rápidos que circulan por la zona. También los precios se han ido por las nubes, por lo que la gente que quiere dedicarse a una actividad legal o que depende de un suelo del estado está ‘fregada’. “Un menú cuesta 18 soles, dónde se ha visto, cuando hace cinco años costaba 3 soles; el sueldo no da para nada”, se queja otro profesor.

Me encuentro a dos comerciantes que conocí en el alto río Tigre en los años 90 ahora, y que ahora están afincados en la frontera. “El negocio está aquí, hay mucho dinero circulando, la gente compra de todo, desde pollos congelados de Brasil hasta celulares, radios, televisores de plasma, de todo”, me cuenta uno.

En el bote rápido que me trae a Iquitos encuentro a un viejo amigo que vive en Islandia dedicado al comercio de gasolina. Hablamos de los viejos tiempos y los amigos comunes, y cuando le pregunto por “la movida” de la coca, inmediatamente noto su nerviosismo; cambia de conversación mirando furtivamente a los lados; una actitud que he observado en varias personas a las que pregunté por el cultivo de la famosa hoja. Cuando vuelvo a mi asiento, un ceñudo hombre, con aspecto de sicario, se levanta de atrás, camina por el pasillo y se me queda mirando de forma desafiante, casi diría que amenazante. He hecho preguntas prohibidas, y eso tiene sus riesgos… En los últimos años han sido noticia constante los operativos policiales en la zona, la captura de algunos narcotraficantes, los enfrentamientos entre bandas, con saldo de muertos y heridos. “Es cosa normal ahora el tema de los ajustes de cuentas”, me dice un profesor. “Nadie pregunta, es mejor no saber”. Sé que entre los pasajeros del rápido hay varios involucrados en la innombrable actividad, y mejor me callo, en boca cerrada no entran moscas.

En la madrugada, en el puerto de Caballococha, me sorprende la locuacidad de un profesional de salud, Benzo R., que se queja de la tremenda deforestación que están causando los sembríos de coca en todo el Trapecio Amazónico, tanto en la cuenca del Atacuari, el bajo Yavarí, como en el bajo Amazonas.  Le comento que fue publicado en la prensa un informe de Devida con motivo de la calificación del Perú como primer productor de hoja de coca, en el que se atribuye a Loreto una extensión de poco más de 1000 ha. “Hay mucho más que eso, me lo han dicho los policías que han sobrevolado la zona”, asegura Benzo. “Antes esto era zona de paso, la droga venía del Huallaga o del Aguaytía, ahora se cultiva acá.”

Según algunas fuentes, por la producción de una hectárea los colombianos pagan hasta 10,000 soles, y llevan a su gente para la cosecha. A los cuatro meses, previo tratamiento con fertilizantes, me dicen que se puede hacer una nueva cosecha. No hay producto agropecuario legal que pueda competir con estos niveles de rentabilidad. De momento, los efectivos de la base de la DINANDRO que está instalada a un lado de la vía que une a Caballococha con Cushillococha, se han limitado a perseguir a los acopiadores y traficantes, especialmente a los colombianos; no se han hecho operaciones de erradicación de los cultivos. Se dice que el precio de la arroba de coca ha bajado algo porque los colombianos ahora la tienen más difícil para acceder a la preciada hoja: unos 90 soles por arroba, cuando el precio en el Monzón es de 110 soles (40 dólares) la arroba.

Cushillococha
Visito Cushillococha, la gran comunidad Tikuna a orillas del lago del mismo nombre, en compañía del director del colegio, Levi Farías, y de Julio Yactallo, director de la UGEL Maynas. La vía peatonal, diseñada para motocarros y triciclos, parece bombardeado por tramos, es un martirio circular en motocarro por ella.

La famosa cocha de Cushillo hoy está casi vacía, me dice el Prof. Levi. “Ayer compré pescado para mi casa: seis ‘boquichiquitos’ de un palmo, a seis soles”. Más caro casi que en Iquitos, donde el buen pescado se ha convertido en un artículo de lujo. Según me explica, el personal de la Dirección de la Producción - PRODUCE no se ha acercado siquiera a asesorar a los Tikuna en el manejo de su cocha, pese a que tienen una oficina en la cercana Caballococha. “Hasta principios de los 90 la cocha tenía harto peje, gamitana, arahuana, paco, boquichico… De niño recuerdo que jugábamos con las arahuanas, enormes, que poblaban la cocha, no las pescábamos porque había otros pejes mejores. Luego comenzaron a meter red hondera y trampas menuderas, y en pocos años se acabó el pescado. La gente ahora come mayormente enlatados y congelados.”

La cocha de Cushillo es enorme y parece ser potencialmente muy productiva, por la vegetación que orla sus orillas y los testimonios de la gente. Se conecta con otra cocha similar, más cerrada de huama, Boacocha. En total son más de 100 ha de espejo de agua, que podrían alimentar perfectamente a los 3,000 habitantes de Cushillococha, e incluso abastecer con excedentes a Caballococha (si estuviese bien manejada, claro). Es el mismo problema que en la mayoría de las comunidades amazónicas: falta de manejo por falta de asesoramiento de las autoridades del sector.

En Caballococha existe una asociación de pescadores artesanales denominada “José Olaya”, que incluso cuenta con un local, pero parece que aparte de darles su carnetcito no se ha hecho mucho más con ellos, porque la pesca indiscriminada continúa en la zona de frontera: en la “Agachadita” donde fui a cenar mi pescado asado, me sirvieron un sábalo que más parecía sardina, de poco más de un palmo. Tuve que pedir otro para poder llenar un poco el estómago. “Esto es lo que traen los pescadores”, me asegura la amable vendedora. A este paso, si se sigue pescando masivamente los peces juveniles, en pocos años no habrá ni esto para comer. En las lanchas que esperan su carga para surcar hacia Iquitos observo los cajones congeladores de pescado, vacíos. Pregunto a un chauchero: “No hay peje desde hace tiempo, así no más paran los cajones, vacíos”, me dice.

Gaseosa y cerveza
La ola consumista desatada por la efímera prosperidad se nota por todas partes, y el impacto en las culturas indígenas es tremendo. Las lanchas llegan cargadas de gaseosas y cerveza. “La gente por aquí ya no toma agua, todo el día toma gaseosa, y los hombres, más cerveza que masato”, me dice un comerciante asentado en Bellavista. “Tendrías que ver la basura en Bellavista: por todos lados están las botellas de gaseosa, las bolsas de plástico de los pollos congelados, de las galletas y otros productos que traen de Tabatinga, las latas y toda clase de basura están por todas partes. Es un asco, la gente no tiene cultura para recoger su basura”.

La nueva actividad económica está cambiando no sólo los patrones de producción y consumo en la zona, sino la cultura y el modo de vida de la gente. Los profesores indígenas a los que he ido a capacitar se quejan de la enorme tasa de deserción escolar entre alumnos de secundaria, e incluso de primaria, que dejan las aulas para ganarse ‘alguito’ con para la “raspada”, la cosecha de la hoja de coca. Hace un año publicaba el diario La Región de Iquitos (28.04.2010): “El director de la Unidad de Gestión Educativa Local (UGEL) de Ramón Castilla, Marco Antonio Vásquez Soplín, confirmó el cierre de cuatro escuelas bilingües ante el accionar de las bandas de narcotraficantes, que han tomado por completo las comunidades ahuyentando a pobladores, alumnos, y docentes.”

El profesor Francisco Hernández Cayetano, Tikuna, está muy preocupado con la depredación de los recursos que ha sufrido la zona en los últimos años, y atribuye a esto parte de la culpa de que haya entrado tan rápido el narcotráfico, porque la gente no tenía alternativas económicas. Con él y otros profesores conversamos largo rato sobre las posibilidades de recuperar la productividad de sus cochas y bosques, al estilo de lo que han hecho las comunidades organizadas del río Tahuayo y otras zonas en torno a las áreas de conservación regional de Loreto, y de las actividades productivas alternativas que se podría impulsar, sobre la base de la riqueza que todavía existe en sus bosques, donde las maderas duras y otros muchos recursos son todavía abundantes. Se muestra entusiasta de que existan alternativas económicas para un pueblo tan apartado, y planeamos la búsqueda de posible cooperación para formular algún proyecto.

Coca y cultura
Los Tikuna cultivaron tradicionalmente la coca como alimento y para sus ritos. Hoy muchos la cultivan forzados por la pobreza y por los traficantes colombianos. “Cultivamos hoja de coca para el narcotráfico porque el gobierno nos abandonó”, leo en un titular de la Coordinadora Nacional de Radio - CNR 06.01.10 (http://pe.globedia.com/cultivamos-hoja-coca-narcotrafico-gobierno-abandono)

Y sigue la noticia: “La situación de abandono y la consiguiente falta de empleo ha obligado a los indígenas Tikunas y Yaguas del Bajo Amazonas a sembrar hoja de coca para el narcotráfico, aseguró Jorge Ruiz Mendoza, alcalde delegado del centro poblado menor de Cushillococha, provincia de Ramón Castilla. Esta es la primera vez que una autoridad de esa localidad revela la forma como vienen trabajando los indígenas con el apoyo de narcotraficantes colombianos quienes los utilizan como peones a cambio de dinero, que luego es invertido en motos, mototaxis y materiales de construcción para sus viviendas, entre otros.”

Casi la mayoría de pobladores estamos trabajando porque se ha visto que somos marginados por el presidente de la República y todas las autoridades provinciales (…) Sabemos que es un delito. Es una planta ilícita, pero el hambre, la miseria, la pobreza nos obliga a ello. Las comunidades nativas siembran plátano pero por ese producto nos pagan el precio que quieren. Hoy se ve a nuestra comunidad diferente. Han cambiado su forma de vivir, tiene casas de material noble, viven cómodamente con su familia; esa es la razón por la que nos hemos involucrado en el sembrío.”

En muchos casos, son los narcotraficantes los que fuerzan a los indígenas a cultivar la famosa hoja: “…los habitantes de Mario Rivera y las comunidades cercanas de Hawái, Ramón Castilla y Gamboa, todos de la etnia Ticuna, huyeron de sus casas cuando los narcotraficantes armados amenazaron con incendiar los poblados si no les proveían de hoja de coca. (…) Funcionarios del ministerio de Educación informaron a la radioemisora La Voz de la Selva que las escuelas de las comunidades nativas continúan cerradas por la inasistencia de los menores debido al temor que tienen a narcotraficantes” (Diario La República 23/05/2010).

Es obvio que el Estado no va a permitir mucho tiempo más este estado de cosas en la frontera, ni lo va a permitir tampoco Estados Unidos, que presiona al Perú para controlar el tráfico de estupefacientes; aunque de momento no se ha impulsado la erradicación de las plantaciones, probablemente no demore mucho. ¿Cómo será la vida de los indígenas entonces, acostumbrados ya al consumo masivo de alimentos y otros productos manufacturados, y a los altos ingresos que hoy perciben?

“La pena es cómo se derrocha toda esa plata, se ve a la gente tomando cerveza todo el día, gastan en tonterías; cuando esta fiebre se acabe, no sé cómo se van a adaptar ni de qué van a vivir, van a quedar más pobres que estaban”, comenta don Benzo. Ciertamente, el golpe va a ser tremendo, y la gente debe ir pensando en cómo adaptarse a ello.

(*) Biólogo, Investigador del IIAP

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicitaciones por el excelente relato de una nueva realidad social que esta a afectar a los pueblos en diferentes paises latino-americanos. Me gustaria compartir lo articulo em las redes sociales, es possible? Saludos desde Brasil. Daniela Vianna, periodista y investigadora.

Anónimo dijo...

Bien Pepe! Espero este articulo rebote en varios medios... Espero este no sea el nuevo boom amazónico