martes, 11 de octubre de 2011


EL TRUENOPISHCO, EL AVE DEL TRUENO

Escribe: José Álvarez Alonso (*)


En mis correrías de más de dos décadas por los ríos y bosques de Loreto, investigando las aves y trabajando con comunidades, siempre me ha sorprendido la sabiduría de la gente amazónica sobre su entorno. En especial respecto a las aves, mi área de especialidad. Hasta ahora me siguen sorprendiendo los ribereños con alguna historia que no conocía, un comportamiento o algún chascarrillo. Los nombres locales de las aves son un tema aparte: he encontrado de lo más jocosos, desde los que describen algún comportamiento o una característica del ave, hasta los que son onomatopeyas de su canto o llamada. Algunos me han hecho reír cantidad, como por ejemplo el nombre que dan en el Aypena (zona de Jeberos) a la palomita de la altura Geotrygon montana (Paloma-Perdiz Rojiza): “dolor de muelas”, aludiendo a su quejoso canto, que efectivamente se asemeja al quejido que algunos emiten cuando les duelen las ídem.

Otros nombrecitos son bien picantes, como el de la Paloma Rojiza (Patagioenas subvinacea), a la que en algunas cuencas llaman: “aunque cojo, pero mojo, ruuuuuc”, una onomatopeya casi perfecta de su lastimero e incansable canto. Otros nombres, por escabrosos, son irreproducibles en un medio como éste.

Historia aparte merece un avecita a la que en el río Tigre llaman “truenopishco”. Cuando los indígenas Kichwa-Alama del alto Tigre me vieron mirando pajaritos por aquí y por allá con mi grabadora en ristre comenzaron a hablarme de un ave misteriosa que se lanzaba desde las alturas hasta casi tocar el agua de la cocha, produciendo un silbido y una explosión como si de un cohete se tratase, de ahí su nombre indígena “trueno - pishco”, o ave del trueno. Como se podrán imaginar, yo estaba intrigadísimo. Me pasé larguísimas horas tratando de ver o siquiera oír a la misteriosa ave en la orilla de varias cochas, sin resultado alguno. Los indígenas no sabían bien explicarme qué tipo de ave era: algunos me decían que era un catalán, o martín pescador, otros me decían que era una especie de garza…

A medida que pasaban los meses y menudeaban las visitas a diversas cochas, y yo recibía más y más testimonios sobre la existencia del ave, aumentaba mi curiosidad por averiguar quién era el misterioso truenopishco. Llegué a pensar que era otro de los mitos amazónicos, similar al del Ayapullito o la Sachamama. Finalmente, recibí testimonios fidedignos de varios pescadores de que habían escuchado al truenopishco en la cocha Napo, a hora y media en canoa de Intuto, donde yo tenía mi base. Me propuse pasármela en la cocha hasta desentrañar el misterio. Con mi canoa me asenté en un lugar estratégico y pasé largas horas escuchando y esperando. Finalmente, el milagro: escuché por primera vez un sonido que parecía, efectivamente, el siseo de un cohete seguido de una explosión lejana.

Provenía, lo recuerdo bien, de una punta de la cocha de donde sobresalía de la orilla un enorme renaco. Me acomodé en mi canoa delante del árbol y seguí esperando, no recuerdo ya cuántas horas o días, hasta que finalmente conseguí observar a un pequeño bulto bajando de las alturas a toda velocidad y produciendo el intrigante sonido. Ese día no volví a observar el comportamiento pese a que estuve varias horas más. Al día siguiente, ya convencido de la existencia real del ave, me asenté delante del renaco y logré observar varias veces el comportamiento a lo largo del día, y lo mismo los días subsiguientes. A esto yo había revisado ya mis libros y descubierto que no existía ningún ave en la Amazonía peruana con un comportamiento así.

Sin embargo, me fue imposible identificar el ave con los binoculares, debido a la velocidad a la que descendía y a la circunstancia de que al llegar cerca de las copas, y luego de producir la famosa explosión, se perdía rapidísimamente entre el follaje. Además, el comportamiento era impredecible y poco frecuente: quizás unas tres o cuatro veces en las primeras horas del día (si el día era soleado), y otras dos o tres veces al principio de la tarde, como máximo. Y algunos días, ni siquiera uno.

Así que decidí acomodarme debajo del renaco decidido a no salir hasta descubrir en primer plano al autor de tamaña acrobacia. Pasé varios días escuchando de cuando en cuando el sonido misterioso sobre mi cabeza y observando diversas aves moviéndose en el follaje, y al observarlas me preguntaba si sería ésta o aquélla la protagonista. Finalmente un día se resolvió el misterio: inmediatamente de escuchada la explosión vino a posarse a pocos metros de mi un ave de aspecto modesto y tamaño bastante pequeño, perteneciente a una familia conocida por las llamativas exhibiciones de cortejo sexual, los manaquines (Pipridae). Se trataba del macho del Manaquín de Corona Naranja, ‘Heterocercus aurantiivertex’, una especie que hasta ese momento era casi desconocida en Perú (apenas existían dos especímenes colectados hacía más de 100 años en una localidad imprecisa). De la historia natural de esta especie casi no se conocía nada.

Durante los meses siguientes me regodeé, debo confesarlo, observando y documentando comportamientos jamás antes vistos por un científico (aunque sí probablemente por indígenas), y grabando diversos sonidos de esta ave, de la que apenas se conocía un tipo de llamada. Resulta que tenía un variadísimo repertorio de cantos y llamadas; y además de la espectacular exhibición aérea, durante la que se eleva hasta más de 100 m de altura, ejecutaba también –esto delante de las hembras- una danza a base de saltos y cabriolas sobre un tronco caído en el sotobosque. Con base en estas observaciones publiqué un artículo en la revista Cóndor (1999) con el título: "Breeding Behavior of the Orange-crowned Manakin” (Comportamiento reproductivo del Manaquín de Cresta Naranja). Otro artículo describiendo su nido y la atención a sus crías fue publicado posteriormente, pero eso será tema de otro artículo, porque también los indígenas fueron parte de la historia.

Con la descripción de este comportamiento quedó aclarado el misterio que había intrigado a los ornitólogos por décadas: la posesión de alas muy largas y una cola graduada, inusuales para esta familia de aves poco voladoras (con las plumas de la cola extendidas el “truenopishco” produce, aparentemente, el sonido de siseo durante el descenso en picado). “Heterocercus” precisamente significa en griego “cola desigual”. Gracias a la invalorable información de mis amigos indígenas, cuyo crédito reconocí en las publicaciones, pudieron ser desvelados para la ciencia los secretos de una de las aves más espectaculares de nuestra Amazonía. ¿Cuántos misterios más quedarán aún por descubrir? Atención y respeto a las historias de los sabios indígenas… Y ojo con el reconocimiento de sus créditos.

(*) Biólogo, Investigador del IIAP

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