martes, 14 de febrero de 2012


La muerte de un leche caspi
Escribe: José Álvarez Alonso (*)
La comunidad de Porvenir es un lugar tranquilo de la margen derecha del río Nanay, al lado de la quebrada de Yuto, dentro de la Reserva Nacional Allpahuayo - Mishana. Como otras comunidades vecinas, vive de la agricultura, la madera redonda, las hojas de irapay, la pesca y la caza. La comunidad se ubica al lado de varios varillales, y muy cerca de las casas todavía se encuentran bosques con muchos árboles, ya que en estos varillales el suelo es pura arena y no vale para la agricultura, sino para sacar madera redonda para construcción nada más. Detrás de la escuela había un hermoso árbol de leche huayo o leche caspi, que era una bendición para los niños, que acudían en tropel a buscar sus sabrosos frutos.
Como muchos otros árboles del monte, este leche caspi era un abuelo de varios cientos de años de antigüedad, que durante su vida había alimentado a muchos animales y, en los últimos años, luego de la fundación de la comunidad, también a las personas. A principios de año, siempre se cargaba de sabrosos frutos, que a medida que iban madurando poco a poco caían al suelo. Los niños, al final de las clases o al salir al recreo, lo primero que hacían era correr debajo del leche caspi para buscar los frutos caídos.  Por supuesto, también los adultos comían de cuando en cuando algún huayo, si es que se escapaba de los niños.
Este leche caspi se había librado milagrosamente del hacha cuando sus moradores hicieron espacio en el bosque para su escuela, y se había librado también de la ola extractivista que hasta casi mediados del siglo pasado provocó el saqueo más despiadado que haya sufrido nuestra selva en toda su historia. Como se sabe, además del caucho fueron explotadas otras especies por su látex, como la balata y el leche caspi. Todavía algunos viejos se acuerdan de ésta y otras olas extractivas del siglo pasado, nombradas por gente ribereña de acuerdo a la especie explotada: “shiringueada”, “tigrillada”, “lagarteada”, “loreada”, “lechecaspeada”, “balateada”... Cientos de miles de árboles de leche caspi y otros árboles (como palo de rosa y ciertas especies de caucho) fueron talados hasta en los últimos rincones de la Amazonía para extraer su precioso látex. El del leche caspi en particular (Couma macrocarpa) era utilizado para la fabricación de chicle; hoy la materia prima es en buena medida sintética.
Un buen día, la gente de la comunidad de Porvenir escuchó una motosierra al lado mismo del pueblo. La mayoría pensó que algún morador estaba “tableando” algún tronco caído para hacer su banca, o algo así. Cuando se escuchó el estruendo de la caída de un árbol, algunos se acercaron para ver qué pasaba: el hermoso árbol de leche caspi, que tantos frutos había producido para gusto de niños y viejos, estaba caído como un gigante derrotado, la mitad de sus ramas chancadas por la fuerza de la caída, y los huayos, verdes y maduros, regados por el suelo. Un hombre se apresuraba a escoger los pocos frutos maduros que en ese momento tenía el árbol. Cuando la gente le reclamó por su acción, se excusó diciendo cosas como: ¿Acaso tú sembraste el árbol? ¿Por qué mezquinas lo que no es tuyo, ah?
Historias como ésta se repiten casi a diario en muchas comunidades de nuestra Amazonía. Como la comunidad de Porvenir está bastante bien organizada, y tiene reglamentos internos para regular la tala de árboles y otros recursos y asegurar así su uso sostenible, las autoridades decidieron ponerle una multa al desaprensivo morador: 15 soles. Algo así como el precio de la cosecha de frutos de una semana del precioso árbol. Pobre pago, ciertamente, para compensar los miles de frutos que por muchos años podría haber producido éste árbol para deleite de niños y grandes.
En muchas comunidades ni siquiera le habrían puesto una miserable multa al talador. La gente simplemente hace lo que le viene en gana con los recursos forestales y acuáticos, porque son “de libre acceso”: talan lo que y donde les da la gana, a veces sólo para cosechar sus frutos, cazan lo que pueden, aunque sea el último animal de una especie en el territorio comunal,  pescan con tóxicos o usan redes menuderas que acaban con varias generaciones de peces… Esto es lo que se llama “la tragedia de los bienes comunes”, y ocurre en sociedades poco organizadas e inspiradas por el modelo liberal extractivista. El saqueo y la cosecha destructiva se producen especialmente cuando algún recurso tiene demanda en las ciudades, y los habilitadores y comerciantes llegan a las comunidades a incentivar su extracción.
No siempre fue así, sin embargo. Antes de la llegada de los comerciantes “citadinos” los indígenas aprovechaban los recursos de fauna y flora sosteniblemente, y tenían un gran respeto por la naturaleza: pedían permiso a la madre del bosque o de la cocha para cazar, talar o pescar, y sólo extraían lo necesario para su subsistencia. Felizmente, hay comunidades que están comenzando a recuperar su sistema tradicional de control y organización comunal, y aplican medidas simples de manejo de recursos para evitar que estos se acaben. Aunque he conocido casos de comunidades organizadas espontáneamente para cuidar un recurso (especialmente pescado, cuya escasez es muy sentida por los ribereños), lo común es que estas iniciativas se produzcan en el marco de algún proyecto, especialmente dentro y en torno a áreas protegidas.
Los casos más remarcables han tenido como protagonistas a las comunidades del río Tahuayo, en el área de amortiguamiento del área de conservación regional Tamshiyacu - Tahuayo, y en la cuenca del Yanayacu-Pucate, y cocha El Dorado, en la Reserva Nacional Pacaya – Samiria. Hay, sin embargo, un creciente número de comunidades que están siguiendo el modelo de gestión comunal y manejo adaptativo en otras áreas protegidas, y también fuera de ellas. Esperemos que en un futuro todas las comunidades manejen sus recursos de fauna y flora sosteniblemente, y no ocurran jamás casos como el del asesinato del leche caspi…
 (*) Biólogo, Investigador del IIAP, pepealvarez.com

No hay comentarios: