La muerte de un leche caspi
Escribe: José Álvarez Alonso (*)
La comunidad de Porvenir es un lugar tranquilo de la
margen derecha del río Nanay, al lado de la quebrada de Yuto, dentro de la
Reserva Nacional Allpahuayo - Mishana. Como otras comunidades vecinas, vive de
la agricultura, la madera redonda, las hojas de irapay, la pesca y la caza. La
comunidad se ubica al lado de varios varillales, y muy cerca de las casas
todavía se encuentran bosques con muchos árboles, ya que en estos varillales el
suelo es pura arena y no vale para la agricultura, sino para sacar madera
redonda para construcción nada más. Detrás de la escuela había un hermoso árbol
de leche huayo o leche caspi, que era una bendición para los niños, que acudían
en tropel a buscar sus sabrosos frutos.
Como muchos otros árboles del monte, este leche caspi
era un abuelo de varios cientos de años de antigüedad, que durante su vida
había alimentado a muchos animales y, en los últimos años, luego de la
fundación de la comunidad, también a las personas. A principios de año, siempre
se cargaba de sabrosos frutos, que a medida que iban madurando poco a poco
caían al suelo. Los niños, al final de las clases o al salir al recreo, lo
primero que hacían era correr debajo del leche caspi para buscar los frutos
caídos. Por supuesto, también los adultos comían de cuando en cuando
algún huayo, si es que se escapaba de los niños.
Este leche caspi se había librado milagrosamente del
hacha cuando sus moradores hicieron espacio en el bosque para su escuela, y se
había librado también de la ola extractivista que hasta casi mediados del siglo
pasado provocó el saqueo más despiadado que haya sufrido nuestra selva en toda
su historia. Como se sabe, además del caucho fueron explotadas otras especies
por su látex, como la balata y el leche caspi. Todavía algunos viejos se
acuerdan de ésta y otras olas extractivas del siglo pasado, nombradas por gente
ribereña de acuerdo a la especie explotada: “shiringueada”, “tigrillada”,
“lagarteada”, “loreada”, “lechecaspeada”, “balateada”... Cientos de miles de
árboles de leche caspi y otros árboles (como palo de rosa y ciertas especies de
caucho) fueron talados hasta en los últimos rincones de la Amazonía para
extraer su precioso látex. El del leche caspi en particular (Couma
macrocarpa) era utilizado para la fabricación de chicle; hoy la
materia prima es en buena medida sintética.
Un buen día, la gente de la comunidad de Porvenir
escuchó una motosierra al lado mismo del pueblo. La mayoría pensó que algún
morador estaba “tableando” algún tronco caído para hacer su banca, o algo así.
Cuando se escuchó el estruendo de la caída de un árbol, algunos se acercaron
para ver qué pasaba: el hermoso árbol de leche caspi, que tantos frutos había
producido para gusto de niños y viejos, estaba caído como un gigante derrotado,
la mitad de sus ramas chancadas por la fuerza de la caída, y los huayos, verdes
y maduros, regados por el suelo. Un hombre se apresuraba a escoger los pocos
frutos maduros que en ese momento tenía el árbol. Cuando la gente le reclamó
por su acción, se excusó diciendo cosas como: ¿Acaso tú sembraste el árbol?
¿Por qué mezquinas lo que no es tuyo, ah?
Historias como ésta se repiten casi a diario en muchas
comunidades de nuestra Amazonía. Como la comunidad de Porvenir está bastante
bien organizada, y tiene reglamentos internos para regular la tala de árboles y
otros recursos y asegurar así su uso sostenible, las autoridades decidieron
ponerle una multa al desaprensivo morador: 15 soles. Algo así como el precio de
la cosecha de frutos de una semana del precioso árbol. Pobre pago, ciertamente,
para compensar los miles de frutos que por muchos años podría haber producido
éste árbol para deleite de niños y grandes.
En muchas comunidades ni siquiera le habrían puesto
una miserable multa al talador. La gente simplemente hace lo que le viene en
gana con los recursos forestales y acuáticos, porque son “de libre acceso”:
talan lo que y donde les da la gana, a veces sólo para cosechar sus frutos,
cazan lo que pueden, aunque sea el último animal de una especie en el
territorio comunal, pescan con tóxicos o usan redes menuderas que
acaban con varias generaciones de peces… Esto es lo que se llama “la tragedia
de los bienes comunes”, y ocurre en sociedades poco organizadas e inspiradas
por el modelo liberal extractivista. El saqueo y la cosecha destructiva se
producen especialmente cuando algún recurso tiene demanda en las ciudades, y
los habilitadores y comerciantes llegan a las comunidades a incentivar su
extracción.
No siempre fue así, sin embargo. Antes de la llegada
de los comerciantes “citadinos” los indígenas aprovechaban los recursos de
fauna y flora sosteniblemente, y tenían un gran respeto por la naturaleza:
pedían permiso a la madre del bosque o de la cocha para cazar, talar o pescar,
y sólo extraían lo necesario para su subsistencia. Felizmente, hay comunidades
que están comenzando a recuperar su sistema tradicional de control y
organización comunal, y aplican medidas simples de manejo de recursos para
evitar que estos se acaben. Aunque he conocido casos de comunidades organizadas
espontáneamente para cuidar un recurso (especialmente pescado, cuya escasez es
muy sentida por los ribereños), lo común es que estas iniciativas se produzcan
en el marco de algún proyecto, especialmente dentro y en torno a áreas
protegidas.
Los casos más remarcables han tenido como protagonistas
a las comunidades del río Tahuayo, en el área de amortiguamiento del área de
conservación regional Tamshiyacu - Tahuayo, y en la cuenca del Yanayacu-Pucate,
y cocha El Dorado, en la Reserva Nacional Pacaya – Samiria. Hay, sin embargo,
un creciente número de comunidades que están siguiendo el modelo de gestión
comunal y manejo adaptativo en otras áreas protegidas, y también fuera de
ellas. Esperemos que en un futuro todas las comunidades manejen sus recursos de
fauna y flora sosteniblemente, y no ocurran jamás casos como el del asesinato
del leche caspi…
(*) Biólogo, Investigador del IIAP, pepealvarez.com
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