Escribe: José Álvarez Alonso (*)
En Loreto los llamamos ‘camaleones de
cabeza roja’ o “iguanos de cabeza roja”. Pues ni lo uno ni lo otro: en realidad
no existen camaleones en América; estos simpáticos animales de cola prensil,
larga lengua protráctil y ojos que se mueven independientemente están
restringidos a África y a Madagascar. Y tampoco son iguanas, nombre que
corresponde a la Iguana iguana, ese manso
reptil vegetariano -con cresta y papada, y aspecto de dinosaurio- que frecuenta
las amasisas de las orillas del Amazonas. Nuestros ‘iguanos’ o ‘camaleones’ de
cabeza roja en realidad son lagartijas o lagartos terrestres (aunque, en este
caso, sus hábitos son bastante acuáticos). Sea como sea que lo llamemos, lo cierto
es que nuestro “camaleón” o “iguano”, el Dracaena guianensis, es
un animal muy apreciado como mascota en el mercado internacional, en el que es
conocido como “caiman lizard”, o lagartija caimán.
Es un reptil bello y fácil de amansar.
Para que se reproduzca en cautividad es necesario ponerle nidos de comején
vivos, pues si no los huevos no eclosionan. Habita las riberas de los ríos de
agua blanca de la Amazonía central. Se alimenta principalmente de caracoles
acuáticos (churos), aunque también come peces, cangrejos y otros animales
pequeños. Nada con mucha agilidad y le encanta el agua, aunque también sube a
los árboles ribereños a solearse, desde donde se arroja en suicidas picadas
hacia el agua cuando alguien se le acerca.
Hace unos años el Dracaena llegó a
alcanzar precios exorbitantes en el mercado internacional, más de 1000 dólares
unidad, lo que provocó una ola de contrabando basada en el saqueo de sus
poblaciones naturales, con Iquitos como fuente principal de los animales. Una
vez me llegó una consulta desde Australia, donde había llegado un embarque de
Dracaenas, preguntándome en mi calidad de experto CITES sobre el origen legal
de esos animales. Hoy los precios se han moderado, se ha controlado bastante el
comercio ilegal, y existen varios zoocriaderos en Iquitos dedicados a la
producción y exportación legal de ésta y otras especies de reptiles.
Mi tocayo Don José Alegría es
propietario de uno de ellos. Me habla con fascinación de sus ‘camaleones’, a
los que tiene un cariño especial. “Mira”, me dice, “yo saco más plata de las
taricayas, tengo un poco más de 200 reproductoras y vendo al año más de 4000
crías, este año 4,500. A seis dólares el charito, echa cuentas. Pero mis
camaleones son especiales, son animales muy mansos y bonitos, aunque producen
algo menos: cada hembra pone máximo una docena de huevos. El precio, sin
embargo, compensa: este año vendí cada cría a 90 dólares, a un importador de
Hong Kong. La gente los ama porque dicen que se parecen a dinosaurios
pequeños.”
Don José se queja de que los acuaristas
malearon el mercado porque comenzaron a exportar animales cazados ilegalmente.
También se maleó el negocio de los peces ornamentales, en el que estuvo metido
años atrás: hoy la mayoría de los peces más valiosos son reproducidos en Asia,
y no necesitan importar animales, muchas veces maltratados, de la Amazonía. El
caso más emblemático es del pez disco: hace años era una especie estrella en el
negocio de exportación. La avaricia humana casi lo extingue del Nanay, porque
los pescadores usaban barbasco para capturar a los peces, y aunque llegaban
vivos a los acuarios, terminaban por morir al cabo de un tiempo. Hoy reproducen
peces disco en varios países del Sudeste Asiático, y una variedad de diversos
colores, sanos y sin el parásito que afecta a los ejemplares extraídos del
medio silvestre y limita su capacidad reproductiva. ¿Cuándo aprenderemos de
nuestros errores?
Felizmente, a decir de don José, no va a
ser fácil que los asiáticos reproduzcan los animales que él exporta ahora: taricaya,
ashna charapa, mata mata, y camaleón cabeza roja. “Necesitan ambientes amplios,
con agua tibia y alimento amazónico, no creo que consigan reproducir estos
animales en cantidad y de forma rentable”, me dice.
Don José piensa ampliar su negocio a los
sapitos amazónicos venenosos, los que antes se conocían como Dendrobates (ahora
muchos han cambiado de nombre, con géneros como Ranitomeya y Oophaga). Por sus
llamativos colores son muy apreciados también en el mercado de mascotas. En
Iquitos hay varios productores que reproducen y exportan las especies más
coloridas de Loreto y San Martín; el precio promedio de un sapito es de 15
dólares, y aunque cada hembra produce pocos huevos, se reproducen con
frecuencia y ocupan poco espacio, por lo que es bastante rentable su cría.
“Tengo un amigo en Iquitos que ha exportado más de 15,000 sapitos en los
últimos años, ha ganado su buena plata, ahí voy a entrar yo”, me dice.
Don José ahora es gerente de la
Municipalidad de Maquía, pero asegura que se metió en ello no por la plata,
sino por amor a la tierra de su esposa, que es de allá. “Mira, yo gano
muchísimo más con mi negocio de animales, todo legal, ojo. Más bien, a la gente
de Maquía, que andan esperando que llueva para sacar su madera, tirar saldo,
pagar sus deudas y volverse a endeudar, les digo: vayan y vean mi zoocriadero
‘Quelonio’, en Cabo López (bajo Itaya), vean cómo se puede hacer plata
tranquilo, criando y exportando animales. Con la madera van a seguir explotados
y pobres toda la vida, y se está acabando.”
(*) biólogo, Investigador del IIAP
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