Escribe: José Álvarez Alonso (*)
Marianella Jintiach es
una destacada dirigente Shuar de Ecuador; acaba de estar en Iquitos para
coordinar un proyecto de cultivo de peces con comunidades indígenas. Ha
estudiado ingeniería en administración de empresas en Quito y, a pesar de su
juventud, ocupa un destacado puesto en la COICA, Coordinadora Interétnica de la
Cuenca Amazónica.
Conversamos sobre la
problemática de los pueblos indígenas, comparando la situación en Perú con la
de Ecuador. Maranella es nativa de una comunidad del alto Morona. Su apellido
Jintiach en idioma Shuar significa justamente “camino”, y hace broma sobre
ello. “Nosotros hemos declarado la guerra a las carreteras, son la peor amenaza
contra los pueblos indígenas amazónicos. Claro que necesitamos conectarnos con
el resto del país, pero con carreteras el precio es demasiado alto, los
indígenas hemos sufrido mucho con eso. Las comunidades que se dejaron tentar
por el mito de las carreteras hoy están sufriendo graves problemas: invasión de
sus territorios por colonos, tala ilegal, caza furtiva, aculturación… Hay otras
formas de conectarse, como la vía aérea, y eso estamos promoviendo, porque en
Ecuador los ríos no son navegables como aquí en Loreto, ustedes tienen muchas
ventajas.”
Le comento a
Marianella que en Loreto hay un gran debate sobre el tema de las carreteras,
promovidas por algunos pese a que está demostrado que el transporte fluvial es
mucho más barato, no requiere más inversión que los puertos y el dragado de
algunos malos pasos, y tiene muy bajos impactos ambientales y sociales. La vía
aérea es una buena alternativa para zonas de frontera mal comunicadas por río,
como el Putumayo y el Yavarí. La construcción de carreteras para conectar estas
dos cuencas con otras paralelas (todavía no con Iquitos) costaría en conjunto más
de 1000 millones de dólares, y no solucionaría el problema de las comunidades
alejadas del punto de inicio de la carretera, a días y semanas de viaje en
bote. Con una fracción de ese dinero se podría establecer conectividad aérea
subvencionada para diversos puntos de la frontera, que sería mucho más
favorable para la población local y para el control fronterizo del Estado. Un
cálculo hecho sobre la proyectada carretera Purús-Inambari, en Ucayali, mostró
que con lo que costaría la carretera se podría realizar tres vuelos gratis por
semana de aviones Buffalo por 130 años.
En los proyectos de
carreteras aparecen infladas artificialmente las cifras de los beneficios
económicos (“análisis costo-beneficio” falsamente positivo) incluyendo la
“incorporación al mercado” de la supuesta producción de miles de hectáreas y de
decenas de comunidades (sin ningún sustento técnico ni estudio de
productividad). Tampoco suelen considerar, por supuesto, las limitaciones del
territorio, especialmente la pobreza de los suelos de altura, y las condiciones
que establece hoy la legislación para talar bosques con fines agrícolas.
“Pero eso no les
importa a los promotores de carreteras”, me dice la sabia Marianella. “A ellos
les interesa solamente su negocio y el de sus amigos: hay mucha plata en
consultorías, comisiones en el proyecto, en la construcción, en los estudios de
impacto ambiental, en la venta de información privilegiada sobre el trazo de la
vía para beneficiarse de la revalorización de terrenos, en el tráfico de
tierras y maderas, y otros más. La construcción de carreteras en la selva es un
gran negociado, hay grandes mafias detrás de los promotores, unos pocos salen
ganando, pero el país y las comunidades indígenas, en términos totales, salen
perdiendo.”
Eso me hace recordar
las enormes comisiones que se cobran en la construcción de carreteras, de hasta
el 30%, según versiones. Le confirmo a Marianella que eso ocurrió en la
carretera Iquitos – Nauta, donde a pesar de que atraviesa los suelos más pobres
de la selva peruana (apenas un 2.3% han sido calificados por el IIAP con buena
aptitud agrícola, y ya estaban conectados al mercado vía el río Itaya) se
justificó fraudulentamente su construcción con la supuesta incorporación a la
producción de unas 300,000 hectáreas. Los cientos de millones enterrados en
esta carretera en sus diversas etapas de construcción y en créditos agrícolas
nunca productivos ni devueltos (incluyendo los créditos ‘chicha’ del primer
gobierno aprista) habrían sido más beneficiosos para Loreto si se hubiesen
invertido en desarrollar algunas líneas productivas y abrir mercados, como la
transformación de la madera o algún otro producto promisorio.
El destacado
comunicador Luis Calcina, consultor del IIAP, escribía recientemente en la
Comunidad Educativa Loretana sobre el mito de las carreteras en la selva:
“Al recorrer la
carretera IIRSA Sur, trato de entender que tenía en mente el gobernante de
turno. En la zona, las poblaciones producen tan poco que sus
productos ni siquiera llegan al mercado principal como es Puerto Maldonado,
salvo los de exportación como la castaña o shiringa. Si uno se para medio día
por esta carretera se dará cuenta que los únicos camiones de productos que
transitan por ella están repletos de madera. Los famosos convoyes bolivianos y
brasileños brillan por su ausencia, pues solo transitan por ahí a la muerte de
un obispo. ¿Bajo qué lógica y para quién se construyó esa carretera? ¿Para los
madereros ilegales solamente? ¿Para la minería informal?
Contrario a lo que se
supone, para muchos pueblos indígenas las carreteras no representan progreso ni
desarrollo alguno. El caso de la Marginal de la Selva es emblemático. Con
carretera y todo, los productores prefieren que su ciruelo, la naranja,
tangarina o palto se pudran y agusanen en el árbol que cosecharlas, porque
transportarlas, en un mercado dominado por intermediarios y grupos económicos,
les resulta más oneroso. Con la carretera llegaron más invasores, se
posesionaron de los mejores terrenos y relegaron a las comunidades a zonas más
inaccesibles. Las evidencias de impulsar el desarrollo de la carretera a través
de la agricultura va generando sus efectos: suelos erosionados, degradados,
inservibles, como consecuencia de ello gente más pobre, con carretera y todo.
El mismo efecto se ve IIRSA Sur, Amazonas, San Martín, y ni hablar de la
carretera Iquitos - Nauta
La competitividad
económica de una región no se mide por sus carreteras, sino miremos el ejemplo
de Japón o Taiwan. La inversión clave en estos casos es en capital humano,
salud y educación, algo que a muchos nos les gusta escuchar. Sin eso cualquier
tren o carretera tenderá ineludiblemente a fracasar y convertirse en monumentos
a la ineptitud.”
Definitivamente, las
carreteras en la selva son un mal negocio para el Estado y para las comunidades
indígenas, aunque buen negocio para sus promotores…
(*) Biólogo, Investigador del IIAP, articulista invitado a nuestro Blog.
(*) Biólogo, Investigador del IIAP, articulista invitado a nuestro Blog.
1 comentario:
Mi estimado Pepe, la verdad es que los que viven en estas zonas saben muy bien lo que es bueno para la Amazonia, en cambio para los que deciden el futuro de las naciones en gabinete y con un cafecito esto no cuenta, mas si por medio hay un sobrecito para pagar los esfuerzos en impulsar estas obras, con el cuento que producira miles de oportunidades de trabajo y que unira a las naciones olvidadas. Lo que no ponen es que por medio de esto vendra la opresion, los malos habitos, destruccion, deforestacion, prostitucion, y otras malos habitos que son propios de las grandes urbes pero que dan un monton de plata dentro de estas nuevas zonas.
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