Escribe: José Álvarez Alonso (*)
“Éste es el oro verde
de la selva, es el rey de los árboles”, le dijo Míster Hunt a Don Wagner Siños,
campesino de Santa María de Nanay, cuando éste le mostró un hermoso palo de
rosa sobreviviente de la tala inmisericorde de que fue objeto esta especie
hasta los años 70. El australiano había venido en busca del preciado y raro
árbol, gracias a los buenos oficios de Pepe Sicchar Valdéz, quien había estado
trabajando con comunidades de esta cuenca, en el marco del Proyecto Nanay del
IIAP, y buscaba productos con potencial de mercado.
Guiado por Wagner
Siños, Mr. Hunt se había internado varios días en la quebrada Curaca, frente a
Santa María de Nanay, donde se decía existían algunos árboles adultos. Luego de
verificar que, además de algunos troncos viejos, había semillas y plantones en
el suelo, le dijo: “Hoy estás pobre, Wagner. En pocos años, sembrando mil
arbolitos de palo de rosa, sales de la pobreza. Cada arbolito, pasados los tres
años, da un kilo de hoja al año. Y ésta es tierra de este árbol: se siembra
como la coca, el árbol no se toca para nada, se cosechan las hojas. Hay que
sembrar en purma o en monte cerrado, le haces un camino y ahí le siembras.”
La escena ocurrió hace
unos seis años. Don Wagner sembró unos 600 plantones de palo de rosa en una
purma detrás de su casa en Santa María de Nanay. Crecieron muy bien, estaba
feliz. Lamentablemente del gringo no se supo nada más por la zona; su familia
indagó por él desde su país, pues corrió la voz que lo habían asaltado. Hace un
año don Wagner viajó a Lima, donde vive su hija desde hace tiempo, a tratarse
de una enfermedad. Cuando volvió luego de seis meses le habían cortado todos
sus arbolitos de palo de rosa. “Apenas le han sobrado quizás a media docena”,
me dice compungido.
Le pregunto por qué
habrán hecho eso. Don Wagner me dice con calma: “Algunos se pasan la vida, les
llega la vejez y no han hecho nada. Cuando ven que alguien se ha esforzado y ha
construido algo ahí viene la envidia, la maldad. Yo soy hombre cristiano, y
jamás desearía mal a nadie, pero hay algunos que sí son de esa clase, se dejan
dominar por la envidia.”
Don Wagner tiene un
vínculo especial con el palo de rosa: “Yo he trabajado de joven con Joaquín
Abensur en el Putumayo, en el río Campuya. De 25 toneladas de madera se sacaba
un bidón de aceite. Luego vino la prohibición y se acabó todo”, me dice. Pepe
Shicchar le pidió que sacase hojas de palo de rosa para hacer experimentos en
la universidad. “De dos sacos de hoja y unos pedacitos de madera sacó tres
cuartos de litro”, recuerda. Con esta muestra comenzó a buscar compradores,
como Mr. Hunt.
Pepe Sicchar, su hijo
Carlos Ricardo Sicchar, y Elsa Rengifo, experta en plantas medicinales del
IIAP, impulsaron en años pasados un proyecto piloto de cultivo de palo de rosa
en Tamshiyacu. Se creó una asociación de campesinos (“Aromas amazónicos”) con
unos 30 socios, para establecer plantaciones experimentales. Hoy quedan dos que
cultivan la preciosa planta, porque ninguna entidad, estatal o privada, mostró
interés en promover el cultivo, a pesar de que el IIAP cuenta con una pequeña
máquina extractora de aceite y con la tecnología para cultivar, podar y
procesar el palo de rosa.
Auge y declive de una
industria
El aceite de palo de
rosa (Aniba rosaeodora, familia Lauraceae) goza de una gran
demanda en el mercado internacional, pues tiene más de 20 usos diferentes,
especialmente como esencia para perfumes, jabones y otros cosméticos. También
tiene numerosas propiedades medicinales, como bactericida, antifúngico, tónico para la piel –combate el acné, la
dermatitis, las arrugas y las cicatrices, y estimula la elasticidad de la
piel-, tiene efectos relajantes, combate el cansancio, el estrés y el
nerviosismo, e incluso se dice que es afrodisíaco.
En las sociedades occidentales cada vez más
envejecidas y obsesionadas con la eterna juventud es comprensible el interés
por este aceite, que se asegura es muy efectivo para tratamientos de la
piel. Muchos de los más famosos perfumes franceses usan entre sus componentes el
amazónico y maravilloso aceite. El principio activo más valioso del aceite es
el linalol o lináloe.
El palo de
rosa fue un árbol
muy abundante en la Amazonía hasta la década de los años 70. En apenas dos décadas
las poblaciones de esta especie fueron diezmadas hasta llegar a ponerla en
peligro de extinción. Los árboles fueron buscados hasta los rincones más
remotos de la Amazonía, cortados en trozos para ser transportados a los centros
de procesamiento, y sometidos a destilación para extraer el preciado aceite.
Sólo en 1960, desde el puerto de Iquitos fueron exportadas 247.200 libras de
aceite de palo de rosa por un precio de 10.105.554 soles. La especie
está protegida en los países amazónicos desde mediados de los años 70, salvo en
Brasil, único exportador de aceite de palo de rosa en la actualidad.
El linalol sintético
y el Ho Oil, de China, han reemplazado al aceite esencial del palo
de rosa en los mercados mundiales; sin embargo, hay una creciente demanda de
aceite de palo de rosa natural, con certificación de que proviene de
plantaciones, y no de los últimos árboles sobrevivientes a la masacre del siglo
pasado. El precio que ofrece una empresa alemana en contacto con el IIAP es de
100 euros por kilo, aunque el Prof. Julio Arce, es experto en plantas
medicinales de la UNAP, asegura que el precio al menudeo es mucho mayor. Cada
arbolito de plantación (que son manejadas como las de té o coca, en asociación
con otros árboles frutales o maderables), puede producir al año unos 10 kg de
hojas ramas, que rinden unos 50-60 ml de aceite esencial. Según los estudios
del IIAP, el aceite producido de esta forma en Tamshiyacu es de excelente
calidad y contiene hasta 90% de linalol, por lo que es muy factible su cultivo
y comercialización en mercados orgánicos.
Otra especie amazónica
promisoria que, con un adecuado programa de extensión y mercadeo, podría ayudar
a sacar de la pobreza a miles de campesinos.
(*) Biólogo, Investigador del IIAP.
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