José Álvarez Alonso (*)
Estaba parado en la
orilla del río, cerca de la cocha Liborio, en el alto Tigre, con mi grabadora
en ristre y mis binoculares al cuello, estudiando las aves, cuando escuché por
encima del barranco un sonido de hojas secas y ramas, como de un animal
moviéndose con rapidez hacia el río por el suelo del bosque. Me quedé mirando,
intrigado por averiguar qué bicho se acercaría. Una lagartija de unos 30
centímetros apareció repentinamente, y al llegar al borde del barranco hizo un
giro agilísimo de 90 grados, perdiéndose en la espesura de nuevo. A pocos
metros detrás de la lagartija apareció una afaninga enorme, quizás de unos dos
o tres metros: al encontrarse frente a mí paró en seco por unos segundos,
aparentemente sorprendida por mi presencia, para darse media vuelta y huir por
el mismo camino y a similar velocidad con la que vino. Me impresionó la
capacidad de esa serpiente de perseguir el rastro de olor de la lagartija a tal
velocidad por el bosque (dudo que por la vista pudiese seguirla por la espesura
a varios metros de distancia). Esta vez, pensé, la lagartija tuvo suerte, y la
afaninga se quedó sin almuerzo.
Las afaningas son
quizás las más visibles de las serpientes amazónicas, porque sus métodos de
caza activa (a diferencia de las que emboscan desde su escondite a las presas)
las hacen fácilmente detectables al ojo humano, y además frecuentan las áreas
intervenidas (chacras, purmas, pastizales, etc.). Varias de las especies de
afaningas son depredadoras voraces de anfibios, reptiles, aves y mamíferos
pequeños. Algunas se especializan en comer otras serpientes, incluyendo a las
venenosas, por lo que podríamos considerarlas beneficiosas para los humanos que
con frecuencia sufren sus picaduras (en realidad ‘mordeduras’).
Me cuenta Ítalo
Mesones que en la comunidad de El Porvenir, en el límite norte de la Reserva
Nacional Allpahuayo-Mishana, los pobladores han observado un incremento
significativo de shushupes en los últimos años. No pasa semana en que no
encuentren una, a veces muy cerca de la comunidad, lo que ha comenzado a
preocupar a los padres de familia, por la seguridad de los niños. La verdad es
que los encuentros con shushupes (Lachesis muta) suelen ser bastante
raros, en contraste con lo que ocurre con la jergón y la llamada cascabel, en
realidad un juvenil del jergón (Bothrox atrox).
Aunque Ítalo asegura
que las shushupes no son un peligro, e incluso estuvo manipulando una enorme
delante de los moradores de El Porvenir para demostrar que no son ciertas las
historias de la supuesta agresividad de estas hermosas serpientes, para muchos
la shushupe es poco menos que la encarnación del diablo. Sus picaduras son
mucho más raras que las de jergón, pero también tanto o más letales, porque
inyectan una gran cantidad de veneno (aunque no siempre resultan así las mordeduras
porque controlan la cantidad de veneno inyectado). Lo que sí han podido
comprobar los pobladores de El Porvenir con tantos encuentros indeseados con
shushupes es que son falsas las historias de que esta serpiente persigue al
hombre, y la única forma de salvarse es quitándose la camisa y arrojándosela a
la serpiente para despistar. Las shushupes son bastante tranquilas y pasivas, y
no se mueven de su lugar de descanso si no se las molesta. Por cierto que el
nombre en inglés de la shushupe, “bushmaster”, señor del bosque, hace también
referencia a su supuesto rol dominante o agresivo.
La proliferación de
shushupes en El Porvenir sirvió a Italo, como buen forestal amazónico, para
reflexionar con los comuneros sobre los motivos de tan extraño fenómeno: el desequilibrio
ecológico. Efectivamente, en un bosque bien conservado, las shushupes son más
bien raras, apenas se producen encuentros veces al año. Sin embargo,
en El Porvenir, como en quizás muchas otras comunidades, la gente tiene la
costumbre de matar a todas las serpientes que se encuentra, especialmente las
llamadas “serpientes rápidas” diurnas, las afaningas, loro-machacuis (o
loro-machacos), aguaje-machacuis, pucuna-machacuis y similares, por ser muy
visibles y tener un comportamiento aparentemente agresivo.
Lo que la gente común
desconoce es que varias de ellas, totalmente inofensivas para los humanos, son
los predadores naturales de la shushupe y el jergón, por lo que terminan siendo
beneficiosas. Lo mismo podría decirse de otros animales que la gente gusta de
matar sin motivo alguno cuando prestan invalorables servicios como depredadores
de insectos: sapos, murciélagos (exceptuando la única especie, entre más de 100
existentes en Loreto, que lame sangre humana, el ‘masho’ o vampiro (Desmodus
rotundus), y diversos reptiles.
Una vez escuché a un
viejo cauchero, creo que se apellidaba González, una interesante historia sobre
las serpientes. Él había trabajado la shiringa o jebe casi cuarenta años en el
lado brasileño del río Yavarí. Los caucheros están bastante expuestos a
accidentes con serpientes porque su trabajo los obliga a internarse en el monte
a diario y por largas horas. González me dijo que él no había sido mordido por
ninguna serpiente en su vida, pese a que tuvo muchos encuentros, en contraste
con lo que pasaba con sus vecinos ‘shiringueiros’ de Brasil: todos habían sido
mordidos varias veces. El secreto, según él, es que se llevaba bien con ellas:
nunca mataba ninguna, excepto precisamente a las shushupes, a las que profesaba
un odio comprensible porque había visto morir a algunos compañeros picados por
ellas. Sus vecinos “brashicos”, en cambio, mataban a toda serpiente, venenosa o
no, que se cruzase en su camino.
La teoría y praxis de
González no me parecen tan descabelladas. Es conocido que muchos animales
detectan por el olor (o de otras formas que no conocemos muy bien) el humor y
el carácter de los seres humanos: hay personas a las que siempre les ladran los
perros, y otras a las que nunca. Hay personas que inmediatamente se hacen
amigos de los animales domésticos cuando visitan una casa, y otras que provocan
su recelo automático, e incluso intentos de agresión. También hay personas que
provocan el llanto de los bebés humanos en cuanto se acercan, mientras que
otros provocan sonrisas… No me cabe ninguna duda que eso tiene que ver con el
carácter de las personas, sus buenos sentimientos y actitudes; o como dirían
hoy, su “buena vibra”.
No por gusto algún
filósofo escribió una vez que quien es amable con los animales, también lo es
con las personas, y quien es cruel con los animales, también lo es con las
personas.
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