miércoles, 2 de mayo de 2012

DE AFANINGAS Y SHUSHUPES

José Álvarez Alonso (*)
Estaba parado en la orilla del río, cerca de la cocha Liborio, en el alto Tigre, con mi grabadora en ristre y mis binoculares al cuello, estudiando las aves, cuando escuché por encima del barranco un sonido de hojas secas y ramas, como de un animal moviéndose con rapidez hacia el río por el suelo del bosque. Me quedé mirando, intrigado por averiguar qué bicho se acercaría. Una lagartija de unos 30 centímetros apareció repentinamente, y al llegar al borde del barranco hizo un giro agilísimo de 90 grados, perdiéndose en la espesura de nuevo. A pocos metros detrás de la lagartija apareció una afaninga enorme, quizás de unos dos o tres metros: al encontrarse frente a mí paró en seco por unos segundos, aparentemente sorprendida por mi presencia, para darse media vuelta y huir por el mismo camino y a similar velocidad con la que vino. Me impresionó la capacidad de esa serpiente de perseguir el rastro de olor de la lagartija a tal velocidad por el bosque (dudo que por la vista pudiese seguirla por la espesura a varios metros de distancia). Esta vez, pensé, la lagartija tuvo suerte, y la afaninga se quedó sin almuerzo.
Las afaningas son quizás las más visibles de las serpientes amazónicas, porque sus métodos de caza activa (a diferencia de las que emboscan desde su escondite a las presas) las hacen fácilmente detectables al ojo humano, y además frecuentan las áreas intervenidas (chacras, purmas, pastizales, etc.). Varias de las especies de afaningas son depredadoras voraces de anfibios, reptiles, aves y mamíferos pequeños. Algunas se especializan en comer otras serpientes, incluyendo a las venenosas, por lo que podríamos considerarlas beneficiosas para los humanos que con frecuencia sufren sus picaduras (en realidad ‘mordeduras’).
Me cuenta Ítalo Mesones que en la comunidad de El Porvenir, en el límite norte de la Reserva Nacional Allpahuayo-Mishana, los pobladores han observado un incremento significativo de shushupes en los últimos años. No pasa semana en que no encuentren una, a veces muy cerca de la comunidad, lo que ha comenzado a preocupar a los padres de familia, por la seguridad de los niños. La verdad es que los encuentros con shushupes (Lachesis muta) suelen ser bastante raros, en contraste con lo que ocurre con la jergón y la llamada cascabel, en realidad un juvenil del jergón (Bothrox atrox).
Aunque Ítalo asegura que las shushupes no son un peligro, e incluso estuvo manipulando una enorme delante de los moradores de El Porvenir para demostrar que no son ciertas las historias de la supuesta agresividad de estas hermosas serpientes, para muchos la shushupe es poco menos que la encarnación del diablo. Sus picaduras son mucho más raras que las de jergón, pero también tanto o más letales, porque inyectan una gran cantidad de veneno (aunque no siempre resultan así las mordeduras porque controlan la cantidad de veneno inyectado). Lo que sí han podido comprobar los pobladores de El Porvenir con tantos encuentros indeseados con shushupes es que son falsas las historias de que esta serpiente persigue al hombre, y la única forma de salvarse es quitándose la camisa y arrojándosela a la serpiente para despistar. Las shushupes son bastante tranquilas y pasivas, y no se mueven de su lugar de descanso si no se las molesta. Por cierto que el nombre en inglés de la shushupe, “bushmaster”, señor del bosque, hace también referencia a su supuesto rol dominante o agresivo.
La proliferación de shushupes en El Porvenir sirvió a Italo, como buen forestal amazónico, para reflexionar con los comuneros sobre los motivos de tan extraño fenómeno: el desequilibrio ecológico. Efectivamente, en un bosque bien conservado, las shushupes son más bien raras, apenas se producen encuentros  veces al año. Sin embargo, en El Porvenir, como en quizás muchas otras comunidades, la gente tiene la costumbre de matar a todas las serpientes que se encuentra, especialmente las llamadas “serpientes rápidas” diurnas, las afaningas, loro-machacuis (o loro-machacos), aguaje-machacuis, pucuna-machacuis y similares, por ser muy visibles y tener un comportamiento aparentemente agresivo.
Lo que la gente común desconoce es que varias de ellas, totalmente inofensivas para los humanos, son los predadores naturales de la shushupe y el jergón, por lo que terminan siendo beneficiosas. Lo mismo podría decirse de otros animales que la gente gusta de matar sin motivo alguno cuando prestan invalorables servicios como depredadores de insectos: sapos, murciélagos (exceptuando la única especie, entre más de 100 existentes en Loreto, que lame sangre humana, el ‘masho’ o vampiro (Desmodus rotundus), y diversos reptiles.
Una vez escuché a un viejo cauchero, creo que se apellidaba González, una interesante historia sobre las serpientes. Él había trabajado la shiringa o jebe casi cuarenta años en el lado brasileño del río Yavarí. Los caucheros están bastante expuestos a accidentes con serpientes porque su trabajo los obliga a internarse en el monte a diario y por largas horas. González me dijo que él no había sido mordido por ninguna serpiente en su vida, pese a que tuvo muchos encuentros, en contraste con lo que pasaba con sus vecinos ‘shiringueiros’ de Brasil: todos habían sido mordidos varias veces. El secreto, según él, es que se llevaba bien con ellas: nunca mataba ninguna, excepto precisamente a las shushupes, a las que profesaba un odio comprensible porque había visto morir a algunos compañeros picados por ellas. Sus vecinos “brashicos”, en cambio, mataban a toda serpiente, venenosa o no, que se cruzase en su camino.
La teoría y praxis de González no me parecen tan descabelladas. Es conocido que muchos animales detectan por el olor (o de otras formas que no conocemos muy bien) el humor y el carácter de los seres humanos: hay personas a las que siempre les ladran los perros, y otras a las que nunca. Hay personas que inmediatamente se hacen amigos de los animales domésticos cuando visitan una casa, y otras que provocan su recelo automático, e incluso intentos de agresión. También hay personas que provocan el llanto de los bebés humanos en cuanto se acercan, mientras que otros provocan sonrisas… No me cabe ninguna duda que eso tiene que ver con el carácter de las personas, sus buenos sentimientos y actitudes; o como dirían hoy, su “buena vibra”.
No por gusto algún filósofo escribió una vez que quien es amable con los animales, también lo es con las personas, y quien es cruel con los animales, también lo es con las personas.
 (*) Biólogo, Investigador del IIAP.

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