Escribe: José Álvarez Alonso (*)
Escribo estas líneas mirando -desde la ventana de
la casa de mis padres- las antiguas minas de oro que explotaron los romanos en
el valle del río Omaña, mi tierra natal (llamadas las “Médulas del Omaña).
Durante más de cuatro siglos, unos 5 000 esclavos movieron –con ayuda del ayuda
del agua canalizada por la montaña desde varios kilómetros río arriba- millones
de toneladas de tierra roja depositada en el Terciario y arrasaron el paisaje
de tal modo que las cicatrices se aprecian perfectamente ahora, más de 1600
años después. En el aluvión formado por la remoción del terreno nunca se
recuperó el bosque original, y apenas crecen líquenes, musgo y algunos
raquíticos hierbajos y arbustos.
Me imagino el efecto deletéreo que produjo la
contaminación con mercurio -usado masivamente por los romanos para concentrar
las diminutas pepitas de oro- en las poblaciones río abajo, posiblemente
algunos de mis antepasados, y por supuesto en los mineros, que tenían que
manipularlo. Según el historiador romano Estrabón, los mineros eran esclavos
importados de la lejana Dalmacia, pues el trabajo era durísimo y trataban de
disminuir la tasa de deserción trayendo gentes de tierras lejanas. Plinio el
Viejo, administrador de las minas de las Médulas del Bierzo, un poco más al
sur, comentó en sus escritos la dureza del trabajo: «es menos temerario buscar
perlas y púrpura en el fondo del mar que sacar oro de estas tierras».
Roma adoraba el oro, como hoy día lo hacen los
mercados internacionales y las gentes que viven de la especulación y de la
apariencia, y movilizó enormes recursos para extraer el preciado metal hasta
los confines de su imperio. Se dice que la conquista dela belicosa Península
Ibérica fue impulsada por la ambición de explotar sus yacimientos auríferos. El
mismo Emperador Augusto dirigió diez legiones romanas el año 26 antes de Cristo
para conquistar el noroeste de España, rico en oro, defendido ferozmente por
sus habitantes originales (Galaicos, Cántabros y Astures). Los últimos
guerreros se suicidaron en la cima del monte Medulio antes de caer esclavos de
los romanos. Las minas más grandes, como las citadas de León, eran
administradas directamente por el Emperador o por el Senado.
El impacto en el paisaje de la minería a cielo
abierto era tan grande que ya hace dos mil años diversos autores romanos, como
los citados, la consideraron una “violación de la naturaleza”, y el Senado
Romano la llegó a prohibir en toda Italia (Plinio, H. N. 3, 138), aunque no en
las provincias subyugadas como Hispania. Curioso que hoy día, empresas
multinacionales que en sus países de origen tienen prohibida la minería a cielo
abierto, la practiquen con entusiasmo en países como el Perú.
Hoy día existen tecnologías que permiten
ciertamente mitigaren buena medida el impacto de la minería y recuperar las
zonas intervenidas, y normas que obligan a hacerlo. Esto, sin embargo, es caro
y no es aplicado por la minería informal, que está arrasando con extensas
áreas, especialmente en la selva amazónica. Sólo en Madre de Dios se calcula
que han sido destruidas más de 35,000 hectáreas de bosques, probablemente de
forma irreversible: la enorme cicatriz de Huaypetuhe se observa incluso desde
el espacio, y parece más un paisaje lunar que amazónico. Debido a que se
eliminó totalmente la capa vegetal, y se removió y lavó materiales profundos
depositados por la paciente labor de los ríos a lo largo de miles de años, en
este paisaje no crece virtualmente nada de vegetación y es probable que tome
cientos de años en regenerarse el bosque, como las médulas de mi tierra.
Pero la destrucción del paisaje no es el único
daño: entre16 y 18 mil kilos de oro se producen al año en Madre de Dios, y por
cada kilo se utiliza (y arroja al ambiente) unos 2.8 kg de mercurio, que es en
buena medida liberado al ambiente. El mercurio es uno de los metales más
tóxicos que se conoce (afecta principalmente el sistema nervioso), y en su
forma orgánica (metilmercurio), que se forma al ser vertido al ambiente en
zonas como la selva, es bioacumulable y se elimina muy difícilmente del organismo.
La población más vulnerable es la indígena, que se contamina rápidamente con el
pescado que ha acumulado en sus tejidos el tóxico, no los mineros, que consumen
alimentos principalmente importados de la Sierra y la Costa. Recientes estudios
demuestran los altos niveles de contaminación con mercurio y otros metales
pesados de los peces en Madre de Dios y en Loreto.
Hoy los mineros ilegales de Madre de Dios están en
guerra contra los D. S. 1100 y 1101, y exigen que se permita de nuevo la
operación de las dragas que destruyen el cauce de los ríos de forma
virtualmente irreversible y contaminan sus aguas. La Región Ucayali ya aprobó
en junio la ordenanza regional 010-2012-CR-GRU, prohibiendo la minería aluvial
en los cauces de los ríos. Se sabe que Loreto está impulsando una similar, para
enfrentar la grave amenaza para la salud de las personas y para el ambiente que
significa la minería aluvial en la selva. Esperemos que se imponga la razón y
el poder el oro, corruptor y maldito, no se imponga por esta vez al poder de la
razón y del interés común.
(*) Biólogo. (
Publicada una versión de este artículo en El Dominical de El Comercio 09.09.12)
Publicada una versión de este artículo en El Dominical de El Comercio 09.09.12)
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