jueves, 15 de noviembre de 2012

ORO MALDITO
Escribe: José Álvarez Alonso (*)
Escribo estas líneas mirando -desde la ventana de la casa de mis padres- las antiguas minas de oro que explotaron los romanos en el valle del río Omaña, mi tierra natal (llamadas las “Médulas del Omaña). Durante más de cuatro siglos, unos 5 000 esclavos movieron –con ayuda del ayuda del agua canalizada por la montaña desde varios kilómetros río arriba- millones de toneladas de tierra roja depositada en el Terciario y arrasaron el paisaje de tal modo que las cicatrices se aprecian perfectamente ahora, más de 1600 años después. En el aluvión formado por la remoción del terreno nunca se recuperó el bosque original, y apenas crecen líquenes, musgo y algunos raquíticos hierbajos y arbustos.
Me imagino el efecto deletéreo que produjo la contaminación con mercurio -usado masivamente por los romanos para concentrar las diminutas pepitas de oro- en las poblaciones río abajo, posiblemente algunos de mis antepasados, y por supuesto en los mineros, que tenían que manipularlo. Según el historiador romano Estrabón, los mineros eran esclavos importados de la lejana Dalmacia, pues el trabajo era durísimo y trataban de disminuir la tasa de deserción trayendo gentes de tierras lejanas. Plinio el Viejo, administrador de las minas de las Médulas del Bierzo, un poco más al sur, comentó en sus escritos la dureza del trabajo: «es menos temerario buscar perlas y púrpura en el fondo del mar que sacar oro de estas tierras».
Roma adoraba el oro, como hoy día lo hacen los mercados internacionales y las gentes que viven de la especulación y de la apariencia, y movilizó enormes recursos para extraer el preciado metal hasta los confines de su imperio. Se dice que la conquista dela belicosa Península Ibérica fue impulsada por la ambición de explotar sus yacimientos auríferos. El mismo Emperador Augusto dirigió diez legiones romanas el año 26 antes de Cristo para conquistar el noroeste de España, rico en oro, defendido ferozmente por sus habitantes originales (Galaicos, Cántabros y Astures). Los últimos guerreros se suicidaron en la cima del monte Medulio antes de caer esclavos de los romanos. Las minas más grandes, como las citadas de León, eran administradas directamente por el Emperador o por el Senado.
El impacto en el paisaje de la minería a cielo abierto era tan grande que ya hace dos mil años diversos autores romanos, como los citados, la consideraron una “violación de la naturaleza”, y el Senado Romano la llegó a prohibir en toda Italia (Plinio, H. N. 3, 138), aunque no en las provincias subyugadas como Hispania. Curioso que hoy día, empresas multinacionales que en sus países de origen tienen prohibida la minería a cielo abierto, la practiquen con entusiasmo en países como el Perú.
Hoy día existen tecnologías que permiten ciertamente mitigaren buena medida el impacto de la minería y recuperar las zonas intervenidas, y normas que obligan a hacerlo. Esto, sin embargo, es caro y no es aplicado por la minería informal, que está arrasando con extensas áreas, especialmente en la selva amazónica. Sólo en Madre de Dios se calcula que han sido destruidas más de 35,000 hectáreas de bosques, probablemente de forma irreversible: la enorme cicatriz de Huaypetuhe se observa incluso desde el espacio, y parece más un paisaje lunar que amazónico. Debido a que se eliminó totalmente la capa vegetal, y se removió y lavó materiales profundos depositados por la paciente labor de los ríos a lo largo de miles de años, en este paisaje no crece virtualmente nada de vegetación y es probable que tome cientos de años en regenerarse el bosque, como las médulas de mi tierra.
Pero la destrucción del paisaje no es el único daño: entre16 y 18 mil kilos de oro se producen al año en Madre de Dios, y por cada kilo se utiliza (y arroja al ambiente) unos 2.8 kg de mercurio, que es en buena medida liberado al ambiente. El mercurio es uno de los metales más tóxicos que se conoce (afecta principalmente el sistema nervioso), y en su forma orgánica (metilmercurio), que se forma al ser vertido al ambiente en zonas como la selva, es bioacumulable y se elimina muy difícilmente del organismo. La población más vulnerable es la indígena, que se contamina rápidamente con el pescado que ha acumulado en sus tejidos el tóxico, no los mineros, que consumen alimentos principalmente importados de la Sierra y la Costa. Recientes estudios demuestran los altos niveles de contaminación con mercurio y otros metales pesados de los peces en Madre de Dios y en Loreto.
Hoy los mineros ilegales de Madre de Dios están en guerra contra los D. S. 1100 y 1101, y exigen que se permita de nuevo la operación de las dragas que destruyen el cauce de los ríos de forma virtualmente irreversible y contaminan sus aguas. La Región Ucayali ya aprobó en junio la ordenanza regional 010-2012-CR-GRU, prohibiendo la minería aluvial en los cauces de los ríos. Se sabe que Loreto está impulsando una similar, para enfrentar la grave amenaza para la salud de las personas y para el ambiente que significa la minería aluvial en la selva. Esperemos que se imponga la razón y el poder el oro, corruptor y maldito, no se imponga por esta vez al poder de la razón y del interés común.
(*) Biólogo. (
Publicada una versión de este artículo en El Dominical de El Comercio 09.09.12)

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